domingo, 27 de noviembre de 2011

Lucha Social

Los inconformes se estaban reuniendo en la explanada dedicada al Gran Héroe, en los límites de la zona centro de la capital.  En su mayoría, llegaban en enormes camionetas de lujo con vidrios polarizados, que al pararse desordenadamente junto a la acera provocaron en un santiamén un severo congestionamiento vehicular en ese caluroso día de verano.  Improvisadas mantas con inflamadas frases pintarrajeadas entre horrores ortográficos empezaron a surgir por encima de las cabezas de los manifestantes, mientras que los penetrantes murmullos fueron dando paso a estridentes consignas dirigidas por un apasionado orador a través de un altoparlante y coreadas por la multitud.
De repente, otra camionetona llegó patinando hasta el mismo borde de la acera, despostillando un poco más los ya dañados adoquines que la recubrían.  Se abrieron bruscamente las puertas y descendieron a toda carrera un tipo elegante y acicalado con un objeto cilíndrico en la mano, y otro desaliñado que llevaba un gran bulto en el hombro, dirigiéndose ambos de inmediato hacia el grupo más compacto de manifestantes.  A su paso se escucharon voces de alarma, y no faltó quien gritara que llevaban explosivos, pero ellos se encargaron de desmentirlos con energía:
-¡Abran paso, señores!  Somos de la Prensa.
Llegaron jadeando al centro de la plaza, y empezaron a buscar a alguien.
-¡Mira!-, dijo el camarógrafo: -Ese de ahí debe ser el tal Güicho.
En la dirección señalada aparecía un tipo bajo y fuerte que daba indicaciones a los que estaban a su alrededor, tratando de organizar ese caos monumental.  El reportero se encaminó hacia allá de inmediato.
-¡Oiga!-, llamó cuando estuvo junto a él.  -¿Es usted Luis Cisneros?
Mirándolo con desconfianza, el bato preguntó con brusquedad:
-¿Quién lo busca?
-Soy Carlos Llorente ¿Acaso no me reconoce?-, dijo el periodista, enseñándole el enorme micrófono que llevaba en la mano, mientras el camarógrafo preparaba su equipo.  -Seguramente me habrá usted visto en la tele.  Vengo a hacerle una entrevista para el noticiario nocturno.
-¿Listos?-, dijo el camarógrafo sin más, poniéndolos en foco.  -Cinco... cuatro... tres... dos... uno...
Con perfecta coordinación, producto de largos años dedicados al periodismo, el locutor dirigió una sugerente mirada a la cámara y habló:
-Buenas tardes, estimado teleauditorio.  Me encuentro en la explanada del Libertador, justo al pie del monumento que lo honra, para cubrir los acontecimientos relacionados a este importante movimiento social; y justamente estamos aquí con el principal promotor y presunto líder de este movimiento, que amablemente ha accedido a charlar con nosotros con la comprensible condición de salvaguardar su identidad.
Dirigiéndose al Güicho, que a toda prisa se cubría la cara con un pasamontañas, le preguntó:
-Buenas tardes, licenciado.  Dígame usted, ¿por qué se están reuniendo aquí todas estas personas?
-Buenas tardes, Don Carlos.  Estamos aquí porque queremos luchar por nuestros derechos laborales.  Estamos cansados de la prepotencia y abuso con que somos tratados por nuestros patrones.  Exigimos un trato digno y peleamos por un tabulador salarial justo, además de la obtención de las más elementales prestaciones, como son aguinaldo, vacaciones pagadas y reparto de utilidades, Seguro Social e Infonavit, como sucede con todos nuestros compatriotas trabajadores.
-No puedo negar que sus demandas suenan muy justas-, dijo el entrevistador con cara de comprensión.  -Por cierto, se dice que usted anteriormente pertenecía al sindicato de la desaparecida Compañía de Luz.  ¿Es cierto eso?
-Si, señor.  Soy aún parte de ese heroico grupo de trabajadores a los que el gobierno inhumano y opresor ha privado de su derecho elemental a tener un trabajo digno.  Como Usted sabe...
-Sí, sí-, interrumpió Llorente con brusquedad.  -Nos damos perfecta cuenta de la situación de aquella gente.  Sin embargo, nuestro auditorio merece estar informado sobre sus movimientos.  Fíjese que los vecinos y comerciantes a lo largo de la ruta que van a seguir en la marcha que están por comenzar nos han manifestado en nuestra cuenta de Twitter su preocupación por los daños que puedan ustedes ocasionar en el camino.  ¿Qué nos dice al respecto?
El Güicho respondió con una estudiada expresión de horror:
-¡Uff!  Pues que no teman.  Nuestro pleito es contra el Gobierno y la Patronal, por lo que nosotros seremos respetuosos de la ciudadanía.  ¿Cómo cree que vamos a pintarrajear fachadas o a romper vidrios?  ¡Ni que fuéramos maestros!
-¿Y no temen una agresión de las fuerzas del orden?-, insistió el entrevistador.
-¡Claro que no!  Nuestros colegas son concientes de que en cuestiones de lucha social todos estamos del mismo lado.  ¡Es más!  Hasta podrán ellos en el futuro aprovechar nuestras conquistas para demandar con más fuerza las suyas.
-¿Los cuerpos policíacos son sus colegas?
-Por supuesto.  Aparte del hecho de que nuestras actividades laborales son muy semejantes, hay cantidad de ellos que cobran también en las nóminas de nuestros patrones.
Señalando a la multitud que los rodeaba, para permitir que el camarógrafo abriera la toma y mostrara a los televidentes algunos aspectos del mitin, el reportero preguntó:
-Vemos en muchas de las mantas las siglas S.U.T.O.C., que supongo se refieren al nombre que pretenden para su organización.  ¿Puede decirnos qué significan?
-Es el Sindicato Único de Trabajadores de Organizaciones Criminales, Similares y Conexas de la República, en pie de lucha por los derechos de pistoleros, narcomenudistas y demás delincuentes...

domingo, 6 de noviembre de 2011

Cazador cazado

-Es una pena que tan linda señorita apenas si traiga unos cuantos pesos en la bolsa-, le dijo el Dandy a la asustada muchacha que había detenido en esa oscura y solitaria calle.  -Pero qué le vamos a hacer: la crisis está bien dura.  Así que, con mucha pena, me voy a tener que llevar su celular... 
La joven removió nerviosamente el contenido de su bolso, ante la paciente mirada del rufián.  Cuando al fin lo encontró y se lo entregó, el tipo exclamó:
-¡Oh!  Pero si es un touch-screen, con wi-fi y mp3 con 1 giga de memoria.  ¿Ya ve?  Nada más por éste valió la pena molestarla.  ¡Siempre quise uno así!
La chica asintió nerviosamente, y el Dandy le dijo:
-Ya puede irse, milady.  Váyase derechito a su casa, porque estas calles son muy peligrosas.  Y por favor no me vaya a bloquear el teléfono.  Me daría mucha pena tener que venir de nuevo a buscarla para pedirle la clave…
La joven asintió exageradamente y se fue caminando con rapidez, mientras que el caco se rascaba la cabeza, lamentándose del escaso beneficio obtenido.
El Dandy era lo que pudiera decirse un ratero ejemplar.  De estatura mediana y delgado de cuerpo, siempre trabajaba enfundado en unos jeans de marca, con una camisa a juego limpia y bien planchada, y con unos tenis negros ligeros con suspensión de aire, que eran uno de sus grandes orgullos.  Tenía el cabello lacio y rebelde, por lo que acostumbraba usarlo cortado a cepillo; pero siempre llevaba su moreno rostro perfectamente afeitado, y con un ligero olor a su lavanda favorita; utilizaba únicamente unos finos lentes ahumados para disimular su identidad, porque en su opinión los oscuros eran para gente corriente, lo que definitivamente no iba con él.  Abordaba a sus víctimas con cortesía, sin necesidad de gritos, insultos ni golpes; los amagaba con su reluciente revólver calibre .22, y se limitaba a despojarlos sólo de aquellas pertenencias que pudiera aprovechar con facilidad, regresándoles por ejemplo sus identificaciones y las tarjetas de crédito,  que siempre le habían dado mala espina.
Salía de su casa al caer la tarde, y abordaba un taxi para dirigirse a alguna de las colonias de clase media de la ciudad.  Nunca iba a una colonia de ricos, porque la gente llegaba a sus casas en coche, y muchos cuicos y guaruras circulaban por las calles, dificultando su labor.  Una vez en el lugar, buscaba un parque o una calle tranquila, con poco tránsito de coches y peatones.  Estudiaba a conciencia las condiciones de iluminación, los recovecos y portales, y las vías de escape que se le ofrecían hasta que, conforme con el resultado, se apostaba para esperar a que pasara su futura víctima.
Pero esta noche no había tenido suerte.  Solamente había podido abordar a dos “clientes”, y había resultado que entre los dos no habían juntado ni cien pesos en efectivo, y eso incluyendo la morralla.  Se había tenido que conformar con una gruesa esclava, pero de plata sin chapar, que llevaba el galán que abordó primero, y con el celular de la gordita que se acababa de ir, que con seguridad estaba reportando en ese momento.
En eso doblaron la esquina otros transeúntes.  Cuando pasaron debajo del poste de alumbrado público, el Dandy vio que se trataba de dos muchachos que parecían estudiantes de la Federal que estaba ubicada en la colonia, a escasas cuadras del lugar.  No dejó de notar que uno de los chavos hablaba por su celular, mientras que el otro parecía estar jugando con un PSP.
Normalmente no se entretenía con jovencitos así, porque nunca traían nada que valiera la pena llevar, como no fueran sus celulares.  Pero ya tenía una buena cantidad de ellos, y resultaban difíciles de vender, sobre todo porque los dueños los bloqueaban tan pronto como los perdían, y su valor con los compradores bajaba bastante.
Pero un PSP era algo distinto.  Un aparatito bastante caro, indetectable y fácil de colocar por muy buenos pesos.
-Un golpe fácil-, se dijo a sí mismo el malandrín, ocultándose en el pequeño portal para esperar que sus jóvenes víctimas pasaran junto a él y sorprenderlos.
-...Ya dimos varias vueltas y no lo hallamos-, oyó que decía el chavo que hablaba por celular.  Era el momento de actuar.  Salió del portal con el pequeño revólver bien a la vista y se plantó frente a ellos.
-Buenas noches, jovencitos-, saludó sobresaltándolos a ambos.  Dirigiéndose al del PSP le dijo:
-¡Qué juguete tan interesante el tuyo, amigo!
-¡Ya apareció!-, dijo el muchacho del celular a su interlocutor.  -Luego te llamo.
Mientras tanto, el otro abrió su chamarra mostrando la enorme automática 9 milímetros que traía enfundada en el cinturón:
-No te equivoques, mi Dandy-, dijo amigablemente.  -¡Venimos de parte de Los Socios a cobrar tu cuota!

sábado, 29 de octubre de 2011

Flores para un Difunto

El delicioso aroma del café recién preparado se mezclaba con el sutil perfume de las diversas variedades de flores en el puesto recién pintado de un vivo color amarillo, a unos pasos de la puerta principal del Panteón Municipal.  La tenue claridad del amanecer apenas permitía distinguir la sonrisa de satisfacción de Don Chon al contemplar el fruto de sus esfuerzos por lograr un acomodo impactante de su mercancía, convencido de haber conseguido una presentación mucho más atractiva que los puestos vecinos, muy útil para atraer a los incautos que, fieles a la ancestral costumbre de rendir honores a sus queridos difuntos en ese día, no tardarían en acudir a montones, dispuestos a gastar lo que sea con tal de lucir en la sepultura un mejor y más bonito altar que sus vecinos.

Conforme va transcurriendo el día, la cajita que contiene el dinero producto de la venta se va llenando con billetes y monedas de todas las denominaciones sin que los clientes se pongan a regatear el precio, seguramente hechizados por la sabia disposición de los distintos arreglos, y la rápida desaparición de los montones de ajados pétalos rasurados oportunamente a las radiantes flores “en botón”.

Atendía a un distinguido caballero que mostraba interés por uno de los más vistosos arreglos, sin poner reparo en el “extra” que a última hora decidió cargar al precio, por aquello de que según el sapo es la pedrada, cuando se acercó al puesto una humilde anciana de ojos llorosos a pedir de caridad para la modesta tumba de su recién fallecido viejito un raído ramito de cempasúchil, que por su triste aspecto estaba destinado a la basura.  Molesto por la inoportuna intromisión de la anciana se acercó a ella y, discretamente para que no oyera el cliente, la despachó rápidamente negándole la caridad.

Volviendo al negocio, recibió del caballero la desorbitante suma que pidió, sin dejar de percibir la inusitada frialdad de sus delgados dedos en ese día de radiante sol.  Acompañó al dinero una nota que tenía el texto que debía llevar en cinta morada el arreglo, ordenándole con cavernosa voz que preparara todo para ser recogido más tarde.  Asombrado por la inusual petición, don Chon abrió la nota y leyó:

“En memoria de Asención Chaires V., fallecido el 2 de noviembre de 2011”

¡Pero si se trataba de él!  Sofocado por la impresión, volvió la vista hacia el caballero sin poder encontrarlo  por ningún lado.  ¡Había desaparecido!  Frenético de susto, con un frío sudor recorriéndole la espalda, corrió hacia la entrada del panteón, sin percatarse de que venía por la calle un muchacho con una losa de mármol en un diablito, chocando con él y cayendo irremediablemente bajo la pesada carga.

Aunque acongojada por la pena, la desconsolada viuda notó a través de sus lágrimas la presencia de un misterioso caballero de augusta presencia, que colocó un conocido arreglo al pie del ataúd de su infortunado marido.  Conocido, porque ella misma lo había preparado la noche anterior.  Pero lo que llamó su atención, fue que el texto de la cinta morada que ostentaba... ¡llevaba la inconfundible caligrafía de su marido!

domingo, 23 de octubre de 2011

Amargo Despertar

Domingo.  Después de pasar una semana de todos los diablos, con una sobrecarga de trabajo “urgente” que me hace sentir como esclavo; luego de un relajante sábado en el que, con ayuda de mi compadre favorito, hice todo lo humanamente posible para amanecer con una cruda de pronóstico; y por si fuera poco, con el inconveniente de que precisamente hoy entró en vigor el tan cacareado y controvertido cambio de horario, robándome una hora de sueño que podré recuperar hasta no sé cuándo; después de todo esto, tuve que haber cometido el error fatal a la hora de acostarme: no apagué el despertador.
Y éste, fiel a su odiosa costumbre, tuvo que sonar justamente a las seis y diez, horario de “ayer”, haciéndome merecedor de unos poco amables recordatorios por parte de mi mujer, que aunque no compartía mi portentosa cruz, sí tuvo que aguantar una pesada sesión de terapia espirituosa salpicada de ingeniosos comentarios y estridentes carcajadas, o sea toda una sarta de burradas por parte de los dos beodos compadres, sentada a dos nachas junto con mi sufrida comadrita justo a tiro de hipercalórica botana, y además sin vino porque le tocó ser la conductora resignada…
Total, que después de cuatro o cinco manotazos, por fin conseguí tirar el despertador del buró, que después de dar dos ágiles piruetas tipo Paola en los Panamericanos, y tres soberbios golpes como los de Rey Misterio, fue a dar con su chillona cantaleta hasta debajo de la cama.
Un coro de protestas de los niños se sumó a las cada vez más intensas recriminaciones de la vieja, haciéndome más difícil el penoso trance de despertar lo suficiente como para ir a buscar el maldito reloj, que con su burlón tintineo parecía decirme que las “chinaderas”, por aquello de que es Hecho en China, no son tan malas como siempre he creído.
Todos tenemos la idea de que un colchón tamaño King Size es una delicia para dormir, porque permite el máximo de espacio y el mínimo de pleito, sobre todo cuando marido y mujer son de sueño inquieto y mucho peso, haciendo honor a la fama de gordos de los mexicanos.  Pero pocas veces nos ponemos a pensar que también tiene sus desventajas: tras varios intentos fallidos de agacharme, complicados por una náusea post-alcohólica que amenazaba con hacer violenta erupción, por fin pude asomarme a mirar, sólo para comprobar que el despertador, con una precisión casi matemática, había quedado justo a la mitad de la cama, bastante más allá del alcance de mi brazo, y sin tener nada a mano que fuera lo suficientemente largo para alcanzarlo.
La presión de las multitudes hace presa fácil de los nervios a los grandes deportistas, tanto como a encumbrados políticos y hasta a los famosos de la farándula, que son todo un espectáculo con sus regadotas ante cámaras y micrófonos, y ahora también en el “Face” y otras redes sociales.  Y si a todos ellos que están acostumbrados a actuar en público les sucede, no es de extrañar que gracias a los reproches familiares haya agotado rápidamente, entre un cúmulo de maldiciones, mi provisión de misiles tipo Nike y Flexi sin poder atinar un rozoncito siquiera al insistente reloj, que aunque empezaba a dar señales de agotamiento, todavía retumbaba burlón en las tinieblas dibujando una débil pero malévola sonrisa con sus manecillas fosforescentes.
Toda buena historia, ya sea novela o película, para tener una esperanza de éxito, necesita cuando menos la presencia en su trama de un villano.  Pero no uno cualquiera: mientras más odioso y trampero resulte, más llama la atención del espectador, poniendo al autor más cerca del Oscar –o del Nobel.  Pero también necesita de un héroe, osado y carismático, que resuelva las fechorías del villano.  Y en este caso, tampoco podía faltar: mi hija la más pequeña, manifestando abiertamente su disgusto por mi espantoso lenguaje y peor puntería, se zambulló ágilmente a las cavernosas profundidades para, con gran presteza, recobrar al villano reloj y, de paso, la colección de calzado que lo rodeaba, dando además una muy necesaria trapeada al piso bajo la cama, otro inconveniente de tan grande colchón, ganándose una estruendosa ovación familiar a pesar de la espesa capa de polvo que cubría sus alborotados rizos y su camisón de florecitas cuando salió de ahí.
Finalmente, como una feliz familia, se inició con gran algarabía la procesión hacia el menudo de Doña Lupita, para subsanar el súbito despertar de todos con un abundante desayuno...  Bueno, todos menos yo, que en castigo a mis villanías tuve que quedarme a lavar el camisón de la pequeña.

Pd.  Resulta que el gozo de fue al pozo: a Doña Lupita también la sorprendió el cambio de horario, y el menudo estaba cerrado.

jueves, 6 de octubre de 2011

Fuga en Costal

La fiesta había sido todo un éxito.  Auténticos ríos de fino espirituoso, grandes cantidades de exquisitos manjares y dos excelentes grupos musicales, se combinaron para hacer la delicia de los más de seiscientos invitados a la exclusiva fiesta de fin de año del enorme corporativo.  Alegres risas e ingeniosas bromas entre los altos ejecutivos habían ayudado mucho a aflojar la tensión de los asistentes, especialmente entre los empleados de bajo nivel, que de entrada se habían sentido apocados ante la magnificencia del evento.
El Lic. Alcaraz, Director de Mercadotecnia de la compañía, hombre alegre y de agudo ingenio que atraía invariablemente la atención de todas las secretarias, pasó la velada acompañado de Fabiola, la guapa analista de mercados que hacía apenas dos meses había entrado a trabajar a la empresa, conquistando de inmediato los corazones varoniles con sus bien torneadas piernas, para luego romperlos con sus abruptos desdenes.  Quizá a consecuencia del finísimo champagne, o acaso hechizada por la seductora plática de su jefe, el caso es que la muchacha accedió a retirarse del evento con él, haciendo otro boquete en el ánimo de su legión de admiradores, incluyendo entre ellos al Director General, que sólo atinó a lanzar un profundo suspiro de pena.
Tras dejar a Fabiola en su casa, luego de haber dedicado las últimas horas a disfrutar de los placeres de Eros en un discreto pero encantador hotelito de las afueras de la ciudad, y saboreando aún los delicados efluvios de su escultural colaboradora, el licenciado subió a su lujoso carro último modelo y arrancó rumbo a su elegante departamento, dispuesto a rendirse a un sueño reparador.  Pero he aquí que, a pocas cuadras de llegar a su casa, un imprudente taxista a bordo de un destartalado Volkswagen se le atravesó abruptamente en una esquina, no pudiendo evitar darle un golpe en la salpicadera trasera.
Severamente disgustado por el percance, bajó del carro para evaluar los daños, descubriendo una fea abolladura en su defensa que había interesado el faro y parte del frente, mientras que el taxi no parecía tener otra cosa que un leve rasguño, pese a la embravecida alegata de su ocupante, quien trataba de aprovechar la situación para que le arreglara el golpe del cofre, a todas luces anterior.  Sacó entonces su moderno celular, y estaba marcando el número de los ajustadores cuando apareció de la nada una patrulla, con sirena abierta y toda la cosa, frenando aparatosamente al llegar junto a ellos y escupiendo a dos melodramáticos policías con las armas en la mano y cortando cartucho.
Al arrebatarle de la mano el costoso teléfono, quebrando de paso la delicada pantalla, un uniformado notó el aliento etílico del licenciado, y eso bastó para que a punta de empujones y manotazos lo subieran al asiento posterior del vehículo oficial, en medio de una copiosa lluvia de insultos.  En el transcurso del agitado interrogatorio que siguió, un brillo metálico proveniente de la muñeca derecha del detenido llamó la atención de los polizontes, provocando una feroz sonrisa entre ellos que no pasó desapercibida al atemorizado profesionista…
Las cinco de la madrugada.  Bajo la triste luz de un foco de 40 watts en el reducido cubículo ubicado a un lado de la cavernosa entrada a las galeras de Barandilla, el comandante estaba a punto de perder la paciencia.  Hacía casi hora y media que recibiera el penúltimo informe de la noche, lo que le animaba a pensar que podría salirse temprano; pero nada, el tiempo corría lentamente y esos últimos infelices no acababan de llegar.  Ya había contado y recontado el producto del día, separando la parte de arriba para entregarla como siempre a primera hora de la mañana junto con el reporte de turno; luego había hojeado hasta el aburrimiento el manoseado magazine de triple equis con impúdicas fotos de la artista de moda, que en un desplante de liberalidad mostraba a la cámara hasta sus más íntimos rincones, y en ese momento evocaba las anécdotas que encerraban las sucias paredes de su oficina, como esa oscura e indefinida mancha que originalmente había sido color rojo brillante, proveniente de la cabeza de aquella pirujilla que…
Tan edificantes cavilaciones fueron bruscamente interrumpidas por el crujido de la puerta al abrirse, apareciendo por fin los ausentes.  Su sola presencia bastó para encolerizarlo hasta el límite.
-¿Dónde demonios andaban?-, rugió con fuerza tal que hasta los pelos les temblaron a los azules.
-No se enoje, jefe-, contestó uno de ellos al tiempo que le alargaba una descolorida bolsa de papel con restos de grasa y olor a tacos de suadero.  -Es que tuvimos un problemita…  Pero a cambio, le traemos un buen cuerno.
-¿Cuál problemita?-, preguntó con suspicacia el comandante, evidentemente suavizado al ver una gruesa esclava de buen oro de 14 que había dentro de la bolsa.
-Fíjese que agarramos por a’i a un figurín que andaba bien pedo y le dio en la madre a un taxi.  Pa’ no hacerle largo el cuento, el güey se nos puso al brinco y le dimos una buena calentada.  Lo malo es que luego se nos peló…
-¡¿Cómo que se les peló?!  ¿Y qué hicieron, le dispararon?
-¡No, jefe, cómo cree!  Nomás lo encostalamos y lo botamos en una barranca…

domingo, 18 de septiembre de 2011

Voto Involuntario

-Oiga, ¡usted da kilos rasurados!-, se quejó la clienta al ver la pesada que le estaban haciendo.
-Cómo cree, marchantita-, le respondió el Nato echando ya la verdura en una bolsa de plástico.  -Le juro por la virgencita que esta báscula está checadita por la autoridá.  Hasta tiene su calca, mire: acá’bajito.
-Pues el Pelón de allá a la vuelta siempre me da ocho cebollas por un kilo, y ahí nomás hay siete.
-Es que éstas son más grandes, señito.  Por eso salen menos.  Yo siempre traigo verdura de la mejorcita, no como la de aquél que ya está medio olisqueada...
La clienta no quedaba muy convencida, así que añadió:
-Pero pa´ que vea que yo jalo, ahí le va otra cebollita de pilón, ¿cómo ve?
-Más le vale, porque si no voy a ir a quejarme con el delegado-, amenazó la señora arrebatándole la bolsa y echándole las monedas entre los chayotes, como para que se picara los dedos con las espinas al recogerlas.
-Se puso brava la doña, ¿verdá?-, comentó Doña Lichita, que tenía su tendido de juguetitos de plástico junto al puesto de verduras de Natalio Piñón, alias el Nato, que contestó muy compungido:
-¡Sí, pues!  Ya todas las marchantas son rete fijadas.  Y así no sale ni pa’l chivo.
-Con lo cara que está la vida.  Y los chamacos a punto de entrar a la escuela...
-¡Ni lo diga, Lichita!  Ayer mi vieja me enseñó la lista de útiles.  ¡Está tan larga que da la vuelta a la esquina!
-Los uniformes, los libros, la cuota “voluntaria”, y la de Padres de Familia.  ¿A dónde vamos a parar?
-¡Ya va a llegar el día!  De mi se acuerda cuando mandemos a toda esa bola de ratas a la fregada.  ¡Empezando con ese cabezón del Chefo!
De repente, Doña Licha se enderezó y dijo en voz baja:
-¡Aguas!  ¡Ya nos cayó la plaga!
-¿Cuál plaga?-, preguntó inocentemente el Nato, en el momento en que un par de siniestras sombras apagaban el brillo de los montoncitos de jitomates.
Espantado, el Nato volteó para encontrarse con las conocidas figuras del Mudo, un silencioso gigantón de 1.90 m. cuadrados, con cara de pocos amigos y un aura de violencia a flor de piel, y el Sota, un tipo bajito y barrigón, que cuando “dialogaba” con los asociados dejaba ver las incrustaciones doradas de sus dientes.  Era una pareja dispareja que hacía las muy necesarias funciones de persuasión y recolección de cuotas para la Unión de Comerciantes “Benito Juárez”, a la que pertenecían todos los oferentes de ese mercado ambulante, y varios más de los que recorrían a diario la ciudad.
-¿Y ora, qué los trae por aquí?-, preguntó el Nato con sorna.  -Si hoy no es día de pago.
-Nomás venimos a avisarles que la cuota va a subir desde ya de 700 a 1000 por semana, por órdenes del Diputado.
-¿Cuál Diputado?-, preguntó Nato rascándose la cabeza.
-Pues don Josefino García, el líder de nuestra Unión.
-¿El Chefo, diputado?  ¿Y ya nos va a dar otro ramalazo?  ¡No se vale!  ¿300 varos de un jalón?  Nos va a dejar en la calle...
-Si quiere le decimos al Diputado que usted no está de acuerdo y no va a pagar... -, dijo el sotaco entrecerrando los ojos.
Nada más escuchar al guarura, al Nato se le bajó lo bravucón como por encanto.
-No es para tanto, mi Sota.  Dígale al jefe que de algún modo le haremos...
Demasiado bien sabía el Nato que al Chefo no le gustan los alborotadores.  Luego luego  manda a sus muchachitos a “platicar” con el inconforme, que termina como Santo Cristo: encuerado y bien madreado.
Una vez que los dos malandros se retiraron para seguir informando a los demás socios de las “nuevas disposiciones”, el Nato preguntó desolado:
-Oiga doña Lichita, ¿a poco el Chefo ya es Diputado?
-Si, Natito.  ¿No lo sabías?
-Pero es que ese tipo es un desgraciado.  Ni su madre votaría por él.  ¿Quién lo eligió?
-Pues gente como tú.
-¿Como yo? ¡Ni que estuviera loco!
Acercándose un poco para poder hablarle más bajito, doña Licha le preguntó:
-¿Te acuerdas de la chaparrita ésa que vino de candidata, poco antes de la elección?
-Si, claro.  Aquella muchacha tan simpática que trajo el Chefo.  Yo hasta voté por ella.
-Pues ella no quedó, porque se la ganó el hijo del líder de los comaleros.  Pero tu voto no se desaprovechó: puso al Chefo de diputado.
-¿Cómo que puso al Chefo?
-Pues si: ¡Resulta que entró como PLURINOMINAL!

domingo, 11 de septiembre de 2011

Soluciones Modernas

La flamante camioneta de reciente modelo se acercó lentamente al enorme portón de color claro, convenientemente cobijado del tenue alumbrado de la elegante calle residencial por la sombra de los frondosos árboles, que con tanto esmero cuidaba el jardinero de la finca.

Unos cuantos días atrás, en una animada fiesta a la que fue invitado, el Gato se enteró que su flamante novia acompañaría a su familia a unas magníficas vacaciones por el Caribe mexicano, poniéndole en bandeja la oportunidad de llevar a cabo otro de esos rentables “trabajitos” que hacía con su cuate el Chente, que era toda una fichita en la exclusiva Universidad a la que ambos asistían.

Encantado con la idea, el galán dedicó aquella vez toda su atención a la muchacha hasta que ésta, vencida por los vapores del alcohol y otros humos que circularon ese día, cayó en un profundo sopor que apenas pudo superar con varias tasas de café y una discreta aspirada.  No fue sino hasta la puerta de su casa que ella se percató de haber olvidado su bolso en la fiesta, detalle que le hizo pasar una vergüenza con su atento amigo cuando, después de tocar el timbre, tuvo que soportar el airado reclamo de su padre por la hora de llegar.

Tras esperar pacientemente por largos minutos, dos figuras de oscuro ropaje descendieron de la camioneta, moviéndose con discreción al abrigo de las sombras.  La “olvidada” llave calzó fácilmente en la cerradura, abriendo la puerta en silencio.  Los jóvenes cruzaron el amplio y bien trabajado jardín con la seguridad de que la propiedad estaba completamente sola.  Una vez adentro de la casa, todo fue muy sencillo: gracias a sus visitas previas, el Gato sabía bien dónde buscar, y en poco tiempo habían reunido todo lo que se iban a llevar.  Lamentablemente, no fueron capaces de notar el alambrito que había junto a la bisagra de la caja fuerte del estudio, y a eso se debió que su sorpresa fuera mayúscula cuando, al doblar la calle ya a bordo de la camioneta, se dieran de narices contra tres unidades de la policía, que de inmediato les cortaron toda posibilidad de escape.

Cegados por la potente luz de las linternas, y en medio de una intensa andanada de golpes e insultos, ambos malandrines fueron violentamente introducidos en el asiento posterior de una patrulla.  De nada valieron las protestas del Gato, que insistía en asegurar a los azules que era el ahijado favorito del secretario particular del Subdirector de Averiguaciones, que los iba a cesar en cuanto se enterara de semejante atropello.

La tormenta pareció calmarse cuando, pasando bruscamente “a la báscula” al Chente, los polis encontraron entre sus ropas un documento de aspecto formal, llevándolo de inmediato al que parecía ser el jefe; éste lo comenzó a leer, primero con rapidez y luego muy, muy despacio, como si estuviera inseguro de entender el alcance y significado del escrito.

Al terminar la lectura, y ante la atónita mirada del Gato, el oficial abrió de mala gana la puerta de la patrulla y franqueó el paso al Chente, quien se dispuso a abandonarla arrebatando el papel de la mano del patrullero con una mueca de desdén, mientras decía a su cómplice:

-¡Modernízate, amigo!  Ahora las influencias se consiguen por escrito.

Con las sarcásticas palabras taladrándole aún los oídos, y bajo una nueva lluvia de golpes que ahora llevaban además un dejo de frustración, desfiló en la mente del Gato el texto que alcanzó a leer en el maldito documento:

“Amparo que otorga el Juez Segundo de Distrito al Sr. Vicente López, ante los actos de cualquier autoridad que lo sorprenda in fraganti en alguna actividad delictiva...”

martes, 6 de septiembre de 2011

Delito Electoral

Otra vez había empezado a llover.  Las gotas golpeaban con fuerza sobre el techo de asbesto que con tanto esfuerzo compraron con el aguinaldo de Chencho, teniendo que aguantar las protestas de sus hijos porque los reyes apenas si alcanzaron a traerles dos pares de calcetines, rellenos con unas pocas mentitas que la Lupe pudo sacar de la cocina económica donde trabajaba echando tortillas. 
Un rato antes, cuando venía de la fábrica en la combi, Chencho vio desde el puente del canal que el nivel de la corriente había subido peligrosamente, amenazando con desbordar en cualquier momento; o lo que era peor, tumbar el murete de contención hecho a base de costales de arena que con tanto esfuerzo habían colocado entre todos los vecinos el domingo anterior, provocando otra inundación.
Nomás entrando a su casa, llamó a la Lupe y de inmediato empezaron, con la ayuda de los niños, a subir sus cosas a las cubetas y los tabicones que tenían preparados, para evitar que el agua arruinara sus pocos muebles y demás pertenencias. 
A diferencia del año anterior, en que la inundación se llevó la mayoría de sus cosas porque el suelo de tierra se reblandeció y no pudo soportar la fuerza de la crecida, ahora contaban con un piso firme de concreto gracias a la ayuda que recibieron después de la tragedia.
Por supuesto que ellos hubieran preferido que el gobierno reforzara como Dios manda el bordo, pero el funcionario que vino les dijo en la junta de vecinos que no había lana para una obra así.  Por suerte, llegó un tipo todo sonrisas rodeado de una docena de mal encarados guaruras, con un camión de la Dirección de Obras lleno de costales de cemento y pacas de láminas de cartón, diciendo que los iba a ayudar para que votaran por él en las elecciones para el Congreso local, que se celebraron unos meses después, ya pasadas las lluvias.
Un lejano estruendo cimbró la tierra, y una gota de agua cayó del techo en el guacal que servía de buró a Chencho; los esposos, que veían la televisión tumbados en su desvencijada cama, se miraron con la angustia reflejada en el rostro.  El bordo había cedido.  La tragedia había comenzado.

Con los pantalones arremangados y sus botas de hule llenas de lodo, Chencho repasaba los daños de su humilde vivienda, mientras la Lupe sollozaba quedamente.  Tras el embate inicial de una oleada de agua de más de medio metro de altura, que se produjo al ceder un tramo de unos quince metros de costalera en el bordo, a dos cuadras de distancia, quedó una pestilente laguna de aguas negras de más de un palmo de altura, que se elevó durante la noche hasta que les llegó casi a las rodillas.  Cuando construyó, Chencho había tenido la precaución de elevar su piso varios centímetros por arriba del nivel del suelo, tomando en cuenta las inundaciones anteriores.  Pero en esta ocasión el agua había alcanzado una altura record, lo que añadido a la cantidad de despojos que arrastró en la primera embestida, explicaba la rotura de una de las paredes de su casa.  Aún con todo, habían tenido mucha suerte: salvaron la mayoría de sus cosas y la casa podía repararse para seguir viviendo ahí.
Pero no todos habían tenido tanta suerte.  Una buena parte de viviendas de la colonia, hechas de madera y cartón, se habían venido abajo dejando damnificadas a muchas familias, que abarrotaron la primaria federal, donde se montó un albergue temporal.
Como cada año, con la tragedia llegaron rápidamente las patrullas escupiendo polis que se dedicaron más a “resguardar” cosas de valor que a ayudar a la gente; después vinieron las cámaras de televisión para filmar a algunas vecinas que lloraban su desgracia, y luego empezó el desfile de funcionarios, que se tomaban la foto con cara de abatimiento y prometían millonarias ayudas que todos sabían que nunca llegarían. 
Otros tres días después, un gran río se desbordó al otro lado del país, por lo que la tragedia de la colonia dejó de ser noticia y todos se fueron para allá, dejando de nuevo a los vecinos solos con su pena.
Pero he ahí que, cuando todos se habían ido, aquel sonriente candidato del año anterior regresó con sus amenazantes guaruras al área verde de la colonia, colgó unas mantas y subió a un estrado improvisado, para arengar a la gente:
-Otra vez la desgracia cayó sobre ustedes, mis queridos paisanos.  Ya el año pasado estuve aquí para ayudarlos, y lo hice a pesar de que después ustedes me dieron la espalda. Hoy regreso de nuevo con más ayuda para ustedes, y sólo les pido que  apoyen mi candidatura a la Presidencia Municipal en las próximas elecciones.
Dicho esto, el mismo camión de Obras Públicas de la vez anterior apareció por la avenida, tocando con un potente equipo de sonido alegres canciones de moda, que convirtieron el mitin en una auténtica romería.  Al poco rato, la gente se aglomeraba en torno de las dos mesas de control. Los requisitos eran mínimos: sólo tenían que entregar su credencial del IFE a cambio de la ayuda, para verificar que eran vecinos de la colonia.  Las credenciales les serían devueltas unas semanas después, cuando constataran que la ayuda había sido empleada en la reconstrucción de la colonia.

Ese sábado Chencho se encontró con varios amigos por fuera de la tiendita de doña Rosita.  Entre ellos estaba su compadre Tano, que era representante de la Ruta Naranja ante la Asociación de Transportistas, y que estaba de visita en la colonia.  Entre chela y chela, el Tano escuchaba con el ceño fruncido la historia de la entrega de la ayuda por el truculento candidato del Partido enemigo del suyo.  Cuando ya no pudo más, explotó:
-¿Y les dieron sus credenciales?
-¡Claro que sí!-, dijo Chencho.  -Sólo así iban a soltar los materiales para la reconstrucción.
-¡Pero qué wey eres, compadre!  ¿Qué no sabes que eso es un delito electoral?
Encogiéndose de hombros, Chencho contestó:
-¿Y eso qué importa?  El año pasado te dimos a ti las credenciales para que ganara tu partido.  ¡Y los muy gachos no nos invitaron ni una pinche torta!

miércoles, 24 de agosto de 2011

Malinformado

El Ing. Constantino bajó de su deportivo de lujo frente a la entrada del bar, entregando las llaves al valet.  Mientras el joven arrancaba el vehículo, alcanzó a contemplar su imagen reflejada en el vidrio, y le gustó lo que vio: profundos ojos azules en medio de un rostro ligeramente bronceado, cabello castaño con corte a la moda, barba y bigote de candado, y el cuerpo esbelto y atlético enfundado en un elegante traje del mejor casimir, con camisa de seda, corbata de punto y zapatos Gucci.  A sus poco menos de 40 años, era el profesor más apuesto y distinguido de la facultad.
Se encaminó a la entrada y la guapísima hostess le salió al encuentro, saludándolo con una deslumbradora sonrisa que por un momento le hizo olvidar el motivo de su visita al popular antro.  Confirmó su reservación y, embelesado por la diminuta cintura y las largas piernas de la anfitriona, se dejó conducir a su mesa adoptando su más seductora sonrisa, y dedicándole un piropo que la chica agradeció antes de dejarlo en manos del mesero que lo atendería esa velada.
Pidió su bebida favorita: un Chivas Regal en las rocas con un cheiser de agua mineral, y tomó distraídamente el primer trago de la tarde.  Su mente estaba ahora fija en la cita que tenía por delante.  Desde el principio de cursos le llamó la atención esa niña sentada hasta el frente, con su linda sonrisa y su lacio y sedoso cabello color azabache, su escotada blusa y su reducida faldita, que cuando cambiaba de posición insinuaba discretamente las maravillas que debía ocultar.
Avanzó el semestre, y la chica demostró con claridad que definitivamente sus conocimientos eran directamente proporcionales al tamaño de sus pequeñas y ajustadas prendas de vestir, encaminándola firmemente al tortuoso sendero de los extraordinarios.  El ingeniero, fiel a su costumbre de anotar los méritos de sus alumnos, consultó sus registros y comprobó que tampoco la tenía anotada en la lista del Whisky, comprendiendo al instante que era una lástima desperdiciar tan evidentes talentos. 
Así fue que se decidió a hablar con ella, haciendo énfasis en su bajo aprovechamiento escolar, y ofreciéndose galantemente a procurarle algunas lecciones privadas con el objeto de fortalecer aquellos puntos que, a su juicio, le ayudarían a solventar adecuadamente los ya próximos exámenes finales.
Ella accedió encantada, y hasta le sugirió que debían buscar un lugar más adecuado que los fríos salones del edificio de la facultad para esas “lecciones privadas”.  Dejándose llevar por su entusiasmo, él le propuso discutirlo con una copa en ese exclusivo lugar, y ella accedió de inmediato con una seductora sonrisa, despidiéndose con un cálido beso en la mejilla.
Soñaba ya con esos carnosos labios cuando vio que había entrado al lugar un hombre que le resultó conocido.  Se trataba del Licenciado González, que era el asesor jurídico del Sindicato de Profesores de la Universidad.  Constantino miró hacia otro lado esperando pasar desapercibido para el abogado, pero éste finalmente lo ubicó y se dirigió directamente hacia su mesa.
-¡Ingeniero Constantino, qué gusto verlo!-, saludó González en voz alta dos mesas antes de llegar a él.  Haciendo un esfuerzo por ocultar su desagrado, el elegante profesor comenzó a incorporarse para recibir al licenciado, pero éste ya apartaba una silla, sentándose pesadamente.
-¡No se levante, Ingeniero!-.  Miró alrededor y pidió a señas un vaso de agua al camarero, que ya se acercaba a toda velocidad.  Luego empezó con una interminable cháchara, quejándose animadamente del calor, del tráfico y del exceso de trabajo, mientras Constantino buscaba afanosamente la forma de decirle que tenía una cita.  Ya el licenciado abría en la mesa su voluminoso portafolio, cuando por fin pudo hablar:
-No me lo tome a mal, mi Lic.  Pero resulta que estoy esperando a alguien que no debe tardar.
-No se preocupe, nada más lo voy a entretener unos minutos para un asunto urgente del Sindicato-, respondió el abogado bajando la voz y poniendo unos papeles sobre la mesa.
-Usted dirá...-, respondió Constantino con cara de resignación.
-Fíjese que el día de ayer acudió una de sus alumnas, la señorita Martina Rivas, ante el Comité de Honor y Justicia del Sindicato para presentar una denuncia en su contra por acoso sexual.  Presentó una declaración formal, y se hizo acompañar por varios de sus compañeros, que afirmaron haberle obsequiado botellas de whisky y ropa fina para mejorar sus calificaciones.  Aquí tengo los papeles, por si quiere revisarlos.
El elegante profesionista palideció al escuchar las contundentes palabras del licenciado, y recibió mecánicamente los papeles que le tendía.   Empezó a revisarlos, pero de repente cerró con fuerza la carpeta y estalló:
-¡Esto es una sucia treta del Rector en mi contra!  ¡Me están calumniando y el Sindicato no puede permitirlo!  Usted sabe que el Director de la Facultad no me quiere, porque sabe que tengo posibilidades de ganarle la elección el año que entra.  ¡Esta es una forma muy despreciable de limpiar su camino!
-Me temo que el Comité ha dado curso a la demanda, y exige su renuncia.  Lo siento, Ingeniero.
-¡Pero…!  ¿Cómo…?  ¿O sea que le han creído a esa muchacha, que es una pirujilla, y además sin haberme escuchado a mí?  ¿Cómo es posible que me linchen, y hayan apoyado por ejemplo a Godínez, el de Contabilidad?  ¿Recuerda el paro que hizo el Sindicato hasta que retiraron la demanda contra él?
-Mire Inge, aquí entre nos.  Estoy de acuerdo con usted en que Godínez es un sucio patán, mientras que usted siempre ha manejado sus movidas con mucha clase.  Pero… ¡¡EL NO TRATO DE TIRARSE A LA SOBRINA DEL GOBERNADOR!!

domingo, 14 de agosto de 2011

Publicidad Ecológica

-Este es el lugar-, dijo el cliente.  -Recuerde que queremos algo realmente grandioso, que impacte vivamente a la gente.
Don Ruperto asintió gravemente, observando los alrededores.  Ciertamente era un buen sitio esta curva del camino pero, para su mala  suerte, el único grupo de árboles que había a la vista estaba justamente ahí, implicando un costo extra que no había considerado al cotizar el trabajo.  De algún modo arreglaría eso, no en balde era el mejor colocador de anuncios espectaculares en éste y varios estados vecinos.
Fue el ruido de la motosierra de su compadre, mientras daba su propina al de la Forestal, el que le inspiró la idea de armar con esa madera un rústico cobertizo, que serviría para trabajar con cierto resguardo del inclemente sol de verano, lo que definitivamente era toda una bendición.
Días después la actividad era febril: el golpeo de marros alternaba con el zumbido de las cortadoras, y la cháchara sabrosa y picante de los trabajadores, acumulándose cada vez mayor cantidad de esquirlas de metal, aserrín y otros desperdicios que se arrojaban atrás de unos arbustos, para que no llegara el inspector de Semarnap por su parte.
Una densa y gigantesca columna de humo negro marcó el momento en que se aplicó el chapopote a la estructura para impermeabilizar los paneles de prefabricado, quedando como siempre un sobrante que nadie se molestó en apagar, por tratarse de una merma calculada.  Para fortuna del de Semarnap, la lumbre llegó a los arbustos vecinos, dejando bien al descubierto los montones de basura.
Llegó el día en que se levantó y cimentó el armatoste, y lo celebraron con un puerquito regado con varios cartones de cerveza, esa de envase no retornable, que por cierto tuvieron que tomar a pleno sol del otro lado de la carretera, porque la grúa volcó el tambo de 200 litros lleno hasta más de la mitad de petróleo, provocando una mueca de disgusto del patrón que duró varias rondas; además de una mancha en el suelo de varios metros cuadrados, bastante malolientes.
La siguiente semana, don Ruperto la pasó de una tarima a otra, corrigiendo con un cúmulo de maldiciones y su inseparable lata de solvente las múltiples equivocaciones de los colocadores de las lonas impresas, quedando al punto del infarto el jueves cuando, al llegar enfurecido de una reunión en la que su cliente se quejó por el retraso, frenó bruscamente su camioneta encima de cuatro cubetas de pegamento que algún descuidado trabajador había olvidado llevar a su lugar, y que no vio por reclamar a la gente la colocación equivocada de una lona que se notaba desde la otra curva.
Pero no hay mal que dure cien años.  Y lo que antaño era el único rincón arbolado en esta tediosa carretera, ahora está ocupado por un desvencijado cuartucho de costera que alberga al único talachero disponible en varios kilómetros a la redonda, favorecido por una extensa zona de terreno ennegrecido y estéril, ideal para reparaciones de emergencia, rodeado de varios pintorescos montones de inidentificables desperdicios, artísticamente combinados con cascos viejos y rines oxidados, todo esto un marco muy adecuado para el fabuloso anuncio espectacular, que entre lujuriosa vegetación y fauna exótica reza:

VOTE POR LOS ECOLOGISTAS

sábado, 6 de agosto de 2011

La Historia de Rocco

¡Hola! 
Mi nombre es Rocanio Granito, pero todos mis amigos me llaman Rocco.  He sido víctima de una injusticia, y quiero que todos conozcan mi historia.
Todo comenzó el jueves pasado, cuando estaba cómodamente acostado a la sombra de un matorral en compañía de unos cuates, en un baldío cercano al lugar del plantón.  En eso llegaron un montón de manifestantes que venían muy excitados, acercándose a nosotros varios de ellos y, en forma por demás agresiva, nos agarraron, nos levantaron y nos llevaron con ellos.
En las puertas del Palacio de Gobierno, el alboroto crecía en intensidad a cada momento.  Gritos y consignas dieron paso a un tremendo furor colectivo, cuando una voz anunció que nadie quería atender sus demandas, empezando una gresca fenomenal.
Fue en ese momento cuando me agarraron por sorpresa, y sin previo aviso me vi lanzado por los aires.  Iba directo a la cabeza del Secretario, pero el muy canijo se agachó, y después de un duro golpe en la pared fui a caer justo a media espalda del vocero oficial, acabando abajo del escritorio en un lugar donde veía claramente las florecitas de los chones de la secre, empinada ahí para cubrirse de la andanada.
En medio del caos, pude oír la llegada de los granaderos, que a punta de garrotazos y lacrimógeno arremetieron contra la multitud para dispersarla.  Cuando los federales entraron al edificio para rescatar a los sitiados, me sacaron de mi escondite con una violenta patada, no demostrando ni la más mínima consideración por mi persona.  Creo que entonces perdí el sentido, porque lo siguiente que recuerdo fue el momento en que un extraño individuo me observaba atentamente, para luego levantarme con inusual delicadeza y llevarme hasta una maltratada camioneta negra en la que encontré, entre otros, a uno de mis camaradas del baldío.
En ella nos trasladaron a una ruinosa dependencia de la Procu, donde fui salvajemente torturado: me agarraron y me sumergieron en un inmundo líquido hasta casi asfixiarme, con tal de averiguar mi naturaleza; luego me llenaron de polvos irritantes dizque para buscar huellas; y por último, me golpearon salvajemente en toda mi anatomía, al grado de quebrarme en varios lugares, para que después pasaran horas viendo mis entrañas en una pantalla con ayuda de un tubo negro; finalmente me arrojaron a una oscura y húmeda gaveta que cerraron con fuerza, en la que estoy abandonado desde no se cuándo, sin que nunca nadie me diera la menor oportunidad de defender mis derechos, a la espera de una farsa de juicio en el que, paradójicamente, estoy catalogado como prueba.
Puras instancias inútiles.  Un montón de dependencias burocráticas, ¿y no hay nadie capaz de defenderme?  ¿Por ejemplo un Ombudstone o una Comisión Nacional de los Derechos de las Piedras?

domingo, 31 de julio de 2011

Culpable!

Las aves revolotearon inquietas cuando el estruendo del freno de motor del pesado camión estremeció ese rincón de la selva.  La pronunciada curva de la angosta y maltratada carretera trajo al chofer inmediatos recuerdos de aquel espantoso accidente ocurrido casi dos años antes, donde perdió la vida su querido hermano, el más chico, por la monumental imprudencia de su intoxicado amigo que, irónicamente, sólo sufrió leves rasguños.
Desde pequeño, ese muchacho había mostrado una inteligencia despierta y un buen talante, lo que lo había convertido en el favorito de su familia.  A través de los años, demostró que tenía capacidad de sobra para los estudios, logrando siempre calificaciones sobresalientes que alimentaron la esperanza de verlo convertido, con el paso del tiempo, en un excelente profesionista.
Pero un buen día, sin razón aparente, comenzó a flaquear; su nivel de aprovechamiento escolar bajó notoriamente, tanto por una incomprensible incapacidad de concentración como por las frecuentes faltas de asistencia a las que no podía dar justificación.  Fue su irritante mal humor, combinado con su torpeza para expresarse y su total abstraimiento, lo que llevó a su madre a rebuscar entre sus cosas, hasta que apareció un sospechoso envoltorio de periódico, oculto en lo más profundo de un cajón.
No bastaron súplicas, lágrimas ni gritos para persuadirlo de alejarse del vicio.  El disimulado disgusto con que recibía las reprimendas de su familia se convirtió pronto en furiosas imprecaciones, llegando al colmo el día en que osó levantarle la mano a sus padres.
Fue por entonces cuando, al salir con un amigo totalmente intoxicados de una fiesta, fueron requeridos por una patrulla de la municipal, iniciándose una desenfrenada persecución que culminó en el fondo de un precipicio.
¿Cómo fue posible que el maldito fantasma de las drogas se apoderara de él?  ¿Quién, y en qué momento, le había llevado a probarlas, arruinando así una vida tan prometedora?
Las meditaciones del chofer cesaron cuando, al dar otra curva, creyó distinguir en la distancia el tenue resplandor de una linterna, que de inmediato se dirigió a él para indicarle que parara.  Un leve estremecimiento recorrió sus brazos mientras aplicaba los frenos y se enfilaba al acotamiento del camino, al notar la presencia de un piquete de soldados fuertemente armados en ese apartado y poco transitado rincón de la abrupta sierra. 
Después de revisar suspicazmente su documentación, y haciendo caso omiso de sus desarticuladas protestas, el sargento a cargo ordenó secamente a sus subordinados revisar minuciosamente el camión.  No pasó mucho tiempo cuando al fin apareció: empacados entre los mangos de exportación iban disimulados varios tabiques de hierba.  Luego de comprobarlo en persona, el oficial se dirigió al chofer con feroz sonrisa:
-¡Te ganaste tu boleto al bote, envenenador!

domingo, 24 de julio de 2011

Ecos de una Asamblea

La deslumbrante luz de un enfebrecido sol que daba justamente a su ventana, prometiendo otro día de intenso calor, no le impedía a Juanito Pahua disfrutar del insólito espectáculo de ver la plaza del pueblo completamente atestada de entusiastas compañeros provenientes de todas las poblaciones y rancherías de los alrededores.

Fue hace cosa de dos años que su compadre el Rulas le dio el empujón definitivo para que resultara nombrado Delegado Seccional del Sindicato en esa zona, y desde entonces había hecho una concienzuda labor de convencimiento entre toda esa bola de apáticos compañeros, muchos de ellos provenientes de la Capital, que estaban harto desanimados por haberles sido asignada una plaza en tan remoto lugar, habría que ver, a 35 larguísimos kilómetros distancia, en su mayoría por una espantosa supercarretera de cuatro carriles, mientras que otros colegas, sin duda agraciados por los dioses gremiales, disfrutaban de perennes vacaciones, contando eso si con la emisión puntualita de sus cheques en remuneración por una o más plazas fictas, sin otra obligación que presentarse de vez en cuando a las consabidas marchas.

El haber logrado tan importante asistencia era una demostración de que estaba realmente listo para volver a escalar posiciones en el organigrama sindical.  No era en balde que la semana anterior le hubieran ofrecido un puesto en la planilla que todos sabían iba a ser la buena.  Cierto que no era un puesto demasiado importante, pero significaba que le estaban reconociendo su trabajo, y si tomamos en cuenta que se embolsaría muy buenos pesos en viáticos, y quizá hasta otra plaza, pues claro que valía la pena.

Animado por ese panorama tan alentador, bajó rápidamente la estrecha y sombría escalera, cruzando apresuradamente el mostrador de la tiendita que le había puesto a su mujer en la planta baja, y salió a la calle con su estudiada sonrisa, esperando que los vítores de “su” gente no se harían esperar nomás reconocerle.

Pero lo que vio en el exterior lo hizo detenerse como fulminado, mientras una mueca de disgusto comenzó a ensombrecer su rostro: un pequeño grupo de futuros manifestantes, animados por unas frías bautizadas con mezcal que de seguro les había vendido su vieja, se divertían pintando con spray negro un obsceno letrero dirigido al titular de la Secretaría, justamente en la pared que, después de tantos ruegos, la cervecería al fin había accedido a pintar apenas tres días atrás.  Iba a increparlos severamente cuando escuchó la cascada voz de uno de los representantes que le llamaba:

-Don Juanito, ya está listo su coche.  ¿Qué le parece cómo quedó?

Su camioneta, su preciosa, adorada y nuevecita camioneta, ostentaba en ambos costados unas espantosas leyendas alusivas al mitin de hoy.  Casi se le para el corazón cuando vio a un tipo brocha en mano aparecer por detrás del vehículo con una lata de esmalte, pero otra voz exclamó de inmediato:

-No se espante, jefe.  Es pintura vinílica, y se quita con una buena lavada.  Por cierto, los dos guajoloteros que contratamos ya están retacados de raza, y todavía hay varios compañeros que no tienen en qué irse.  Usted se los puede llevar no?

Y como si hubiera sido el balazo de salida de una competencia deportiva, varios sombrerudos corrieron para tomar por asalto el vehículo, con la esperanza de agarrar lugar para el viaje.  Cuando el tumulto se calmó, y los desafortunados que quedaron abajo empezaron a correr para subirse al techo de los suburbanos, aparecieron varios rayones de estupenda manufactura en la caja de la camioneta, que por cierto con el peso llegaba a cubrir buena parte de la llanta.

Asombrado y furioso, pero conciente de que cualquier protesta era completamente inútil, Juan tuvo que aceptar de mala gana a sus acompañantes, y emprendió la marcha a la Ciudad consolándose con la idea de que, con su nuevo nombramiento, iba a recibir dinero como para arreglar esta camioneta, y hasta comprarse otras dos.

El viaje le resultó muy penoso.  Primero porque, a cinco minutos de haber partido, un retén de cholos tuvo el descaro de pararlos dizque para revisión de drogas o armas, teniendo que darle una mochada al sargento para que agilizara la revisión.  Luego, a escasos kilómetros de su destino, la camioneta tosió fuertemente y eructó una espesa nube de humo, negándose a continuar el viaje.  Botados en el camino, los manifestantes no tuvieron más remedio que bloquear la carretera para abordar por la fuerza el primer autobús que en mala hora acertó a pasar por el lugar.  Eso sí, consiguieron que los llevara hasta el lugar de la Gran Marcha, pero para cuando llegaron ya el grueso del contingente había iniciado el éxodo lacia el local donde se llevaría a cabo la Asamblea, por lo que su grupo fue el que tuvo que soportar lo más duro de la indignación de los ciudadanos que se vieron perjudicados por el evento.

Pero el colmo fue cuando, después de arduo navegar entre el mar de asistentes, y con la obligación de llegar a la mesa principal para inscribir su nombre en la planilla electoral, al llegar a la puerta del local Juan fue violentamente detenido por unos belicosos guardias que tenían la consigna de evitar el paso a los de la oposición.  Entonces inició una frenética búsqueda de su identificación sindical, que lo acreditaba como líder distrital por el grupo de “los buenos”, llegando a revisar hasta dos veces cada uno de sus bolsillos ante el creciente descontento de los guaruras, que terminaron por quitarlo a empujones y patadas de la entrada cuando, con lívido semblante, recordó que sus credenciales se habían quedado en la guantera de su malograda camioneta.

La Asamblea del poderoso Sindicato fue todo un éxito.  Culminó con la democrática reelección del anciano Secretario que, con un joven y renovado equipo de trabajo, juró valientemente defender desde su curul en el Honorable Congreso los intereses de sus agremiados, ante las francas agresiones por parte de los funcionarios de la Secretaría, comprometiéndose a continuar la lucha sindical para conducirla a nuevas conquistas laborales.

jueves, 21 de julio de 2011

Nuevas Ideas

Es pasada la una de la tarde.  El sol cae a plomo y la única brisa es el humo de diesel del guajolotero de junto, cuyo chofer dedicó una “mentada de motor” a la doña del Mercedes que se le acaba de atravesar en una suicida maniobra de dos metros, y que además ni se da por enterada, porque lleva los vidrios cerrados y el aire a tope.
Acaba de terminar la de moda de la “Jenny”, y el animado locutor de “La Gruperísima” amenaza con una eternidad de comerciales, después de dar un informe desolador: “El termómetro indica que tenemos treinta y siete grados de temperatura a la sombra”.
El relojito del tablero avanza inexorablemente en su loca carrera sin fin; no así el tráfico, que lleva ya cuatro “sigas” sin avanzar ni un metro.  La vuelta anterior, poco más de una hora antes, la combi alcanzó a pasar  cuando apenas llegaba el contingente de maestros al Palacio de Gobierno, en su enésima marcha con todo y plantón, ahora más frecuentes ante la cercanía de las elecciones, y que mucho ayuda a reafirmar nuestra posición como uno de los países con menor calidad educativa del planeta.
Un transeúnte casual pensaría que el adusto gesto del chofer de la combi se debe a la difícil situación del tráfico; pero un análisis mas atento del asunto seguramente revelaría que la temperatura tan alta ocasiona en las personas una abundante sudoración, que a su vez provoca mal olor corporal a pesar de la eficacia que los anuncios televisivos achacan a los super desodorantes fabricados por las trasnacionales de siempre.  Si a esto sumamos el hecho de que en el vehículo van nada menos que dieciocho pasajeros, cabe fácilmente pensar en aquello como una auténtica lata de sardinas, tanto por apretados como por apestosos.
Efectivamente es el olor, y no el tráfico, lo que nubla el semblante de Fidelio López, inexplicablemente “Don Fede” para los amigos, en este mediodía infernal.  Pero, por si usted no lo sabía, le diré que los vehículos de transporte público están tan bien equipados que rivalizan con los autos importados de gran lujo, a pesar de que se vean, suenen y huelan como una auténtica cafetera, indigna hasta para el yonke.  Es por eso que Don Fede solamente tuvo que pulsar el apagador de pared instalado con generosas vueltas de cinta de aislar abajo del volante, y de inmediato comenzó a soplar el mini ventilador situado junto a la pantalla del DVD portátil.
Una vez que la suave brisa del aparato consiguió disipar el tufo, el semblante de Don Fede volvió a iluminarse.  Sus pensamientos estaban muy lejos del conflicto que vivía el centro de la ciudad.  No se cansaba de saborear la noticia que había recibido el día anterior, cuando por fin la revolución le había hecho justicia después de dieciocho largos y penosos años.
Comenzó como posturero en una de las peores rutas de la ciudad, trabajando en el carro de un viejo gruñón que sólo lo dejaba subirse cuando estaba tomada la Universidad o durante las vacaciones escolares, además de los domingos.  Pero eso sí, le cobraba la cuota completa.  Y además lo obligaba a asistir en su lugar a las juntas de la Unión, so pena de bajarlo definitivamente.
Fue en una de esas juntas, unos seis años atrás, donde conoció a Urbano Matías, ahora su compadre Tano tras los 15 años de su hija, la más chica.  Poco antes de aquella junta, el Tano acababa de conseguir su segunda concesión, y para celebrarlo invitó a unos cuantos al “tubo”.  Sin saber ni cómo, Don Fede terminó invitándole los privados al Tano, lo que le ocasionó varios días a dieta estricta de tortillas con chile; pero al final fue una buena inversión, porque éste lo ayudó a conseguir un turno regular en la naranja.
Después de otra reelección en la Unión, y como premio a la labor que realizó en el proceso, Tano fue nombrado representante de la Naranja, y a su vez empezó a encargarle varias chambitas a Don Fede: hablar con éste, estorbar a aquél, una calentadita por allá, cosas por el estilo.  En suma, labor típica de persuasión y proselitismo al viejo estilo.
La diligencia de Don Fede en sus funciones extracurriculares acabó por convertirlo en la mano derecha de su flamante compadre, que se pavoneaba satisfecho de comprobar que los de arriba se fijaban cada vez más en él.  Tanto así, que el Tano fue de los primeros en enterarse de las posibilidades de su jefazo, el eterno líder de la Unión, para contender por la anterior nominación, enfureciéndose con él cuando se enteró quién era el otro contendiente, y sufriendo con él cuando el partido se decidió por un tercero "para no alborotar más el gallinero", aunque siempre sospecharon que este último se puso más guapo.
Apenas tres meses atrás, el Tano confió a Don Fede las aspiraciones del Jefe para contender en las próximas elecciones federales, y le encargó especialmente ciertos trabajitos que, por su delicada naturaleza, sólo podían confiarse a personas muy selectas.  Don Fede vio entonces la oportunidad para insistir otra vez con su compadre sobre lo que se había convertido en su mayor obsesión: hacerse con su propia concesión.
El compadre Tano prometió solemnemente que Don Fede sería tomado en cuenta en la siguiente lista de asignaciones si cumplía adecuadamente con los encargos, y éste se dedicó a ellos con esmero ejemplar, sintiendo un orgullo de propietario cuando contempló por primera vez las magníficas calcomanías que anunciaban al flamante candidato por ese distrito electoral, a pesar de los insultantes letreros que el otro bando improvisó en sus carros.
Se enteró por el periódico que la Unión iba a recibir un nuevo paquete de concesiones, y pasó unos días angustiosos esperando la llamada del compadre, que finalmente recibió el día anterior, citándolo en las oficinas de la Unión al terminar su turno.
Unos fuertes silbatazos hacen volver a Don Fede de su ensueño, y se da cuenta que los carros están avanzando gracias a la presencia de varios tamarindos, que aparecieron de algún misterioso lugar para organizar el gigantesco embotellamiento.

Al caer la tarde Don Fede, recién bañadito y con sus mejores garras, llegó ante el escritorio de Martita, la recepcionista en las oficinas de la Unión, y se volvió a asombrar de su parecido con la “Número Uno” de la película de Monsters Inc. que recién había regalado a sus nietos.  Mientras esperaba pacientemente a que la empleada terminara su llamada telefónica, vio en el escritorio parte de la lista de asignaciones, abajo de varias carpetas.  Reconoció en ella, entre otros, el nombre del sobrino recién casado del Jefe (lo habían invitado como mesero a la boda), del hijo menor del tesorero de la Unión, y el de su comadrita, la esposa de Tano.
Al colgar el teléfono, y con su mal modo habitual, Martita le informó que “el Licenciado Matías se encuentra en una reunión con el Candidato, y dejó recado que no se le molestara.  Pero le dejó esto...”, entregándole un panfleto del Candidato que, como el Partido, ofrece "Nuevos Rostros para Volver con Nuevas Ideas".  Al darle vuelta, encontró una nota garabateada apresuradamente:
“Compadre: fíjese que al Candidato le salieron unos compromisos de último minuto, y tuvo que usar su concesión.  Pero me prometió que lo va a anotar para la próxima”.