miércoles, 24 de agosto de 2011

Malinformado

El Ing. Constantino bajó de su deportivo de lujo frente a la entrada del bar, entregando las llaves al valet.  Mientras el joven arrancaba el vehículo, alcanzó a contemplar su imagen reflejada en el vidrio, y le gustó lo que vio: profundos ojos azules en medio de un rostro ligeramente bronceado, cabello castaño con corte a la moda, barba y bigote de candado, y el cuerpo esbelto y atlético enfundado en un elegante traje del mejor casimir, con camisa de seda, corbata de punto y zapatos Gucci.  A sus poco menos de 40 años, era el profesor más apuesto y distinguido de la facultad.
Se encaminó a la entrada y la guapísima hostess le salió al encuentro, saludándolo con una deslumbradora sonrisa que por un momento le hizo olvidar el motivo de su visita al popular antro.  Confirmó su reservación y, embelesado por la diminuta cintura y las largas piernas de la anfitriona, se dejó conducir a su mesa adoptando su más seductora sonrisa, y dedicándole un piropo que la chica agradeció antes de dejarlo en manos del mesero que lo atendería esa velada.
Pidió su bebida favorita: un Chivas Regal en las rocas con un cheiser de agua mineral, y tomó distraídamente el primer trago de la tarde.  Su mente estaba ahora fija en la cita que tenía por delante.  Desde el principio de cursos le llamó la atención esa niña sentada hasta el frente, con su linda sonrisa y su lacio y sedoso cabello color azabache, su escotada blusa y su reducida faldita, que cuando cambiaba de posición insinuaba discretamente las maravillas que debía ocultar.
Avanzó el semestre, y la chica demostró con claridad que definitivamente sus conocimientos eran directamente proporcionales al tamaño de sus pequeñas y ajustadas prendas de vestir, encaminándola firmemente al tortuoso sendero de los extraordinarios.  El ingeniero, fiel a su costumbre de anotar los méritos de sus alumnos, consultó sus registros y comprobó que tampoco la tenía anotada en la lista del Whisky, comprendiendo al instante que era una lástima desperdiciar tan evidentes talentos. 
Así fue que se decidió a hablar con ella, haciendo énfasis en su bajo aprovechamiento escolar, y ofreciéndose galantemente a procurarle algunas lecciones privadas con el objeto de fortalecer aquellos puntos que, a su juicio, le ayudarían a solventar adecuadamente los ya próximos exámenes finales.
Ella accedió encantada, y hasta le sugirió que debían buscar un lugar más adecuado que los fríos salones del edificio de la facultad para esas “lecciones privadas”.  Dejándose llevar por su entusiasmo, él le propuso discutirlo con una copa en ese exclusivo lugar, y ella accedió de inmediato con una seductora sonrisa, despidiéndose con un cálido beso en la mejilla.
Soñaba ya con esos carnosos labios cuando vio que había entrado al lugar un hombre que le resultó conocido.  Se trataba del Licenciado González, que era el asesor jurídico del Sindicato de Profesores de la Universidad.  Constantino miró hacia otro lado esperando pasar desapercibido para el abogado, pero éste finalmente lo ubicó y se dirigió directamente hacia su mesa.
-¡Ingeniero Constantino, qué gusto verlo!-, saludó González en voz alta dos mesas antes de llegar a él.  Haciendo un esfuerzo por ocultar su desagrado, el elegante profesor comenzó a incorporarse para recibir al licenciado, pero éste ya apartaba una silla, sentándose pesadamente.
-¡No se levante, Ingeniero!-.  Miró alrededor y pidió a señas un vaso de agua al camarero, que ya se acercaba a toda velocidad.  Luego empezó con una interminable cháchara, quejándose animadamente del calor, del tráfico y del exceso de trabajo, mientras Constantino buscaba afanosamente la forma de decirle que tenía una cita.  Ya el licenciado abría en la mesa su voluminoso portafolio, cuando por fin pudo hablar:
-No me lo tome a mal, mi Lic.  Pero resulta que estoy esperando a alguien que no debe tardar.
-No se preocupe, nada más lo voy a entretener unos minutos para un asunto urgente del Sindicato-, respondió el abogado bajando la voz y poniendo unos papeles sobre la mesa.
-Usted dirá...-, respondió Constantino con cara de resignación.
-Fíjese que el día de ayer acudió una de sus alumnas, la señorita Martina Rivas, ante el Comité de Honor y Justicia del Sindicato para presentar una denuncia en su contra por acoso sexual.  Presentó una declaración formal, y se hizo acompañar por varios de sus compañeros, que afirmaron haberle obsequiado botellas de whisky y ropa fina para mejorar sus calificaciones.  Aquí tengo los papeles, por si quiere revisarlos.
El elegante profesionista palideció al escuchar las contundentes palabras del licenciado, y recibió mecánicamente los papeles que le tendía.   Empezó a revisarlos, pero de repente cerró con fuerza la carpeta y estalló:
-¡Esto es una sucia treta del Rector en mi contra!  ¡Me están calumniando y el Sindicato no puede permitirlo!  Usted sabe que el Director de la Facultad no me quiere, porque sabe que tengo posibilidades de ganarle la elección el año que entra.  ¡Esta es una forma muy despreciable de limpiar su camino!
-Me temo que el Comité ha dado curso a la demanda, y exige su renuncia.  Lo siento, Ingeniero.
-¡Pero…!  ¿Cómo…?  ¿O sea que le han creído a esa muchacha, que es una pirujilla, y además sin haberme escuchado a mí?  ¿Cómo es posible que me linchen, y hayan apoyado por ejemplo a Godínez, el de Contabilidad?  ¿Recuerda el paro que hizo el Sindicato hasta que retiraron la demanda contra él?
-Mire Inge, aquí entre nos.  Estoy de acuerdo con usted en que Godínez es un sucio patán, mientras que usted siempre ha manejado sus movidas con mucha clase.  Pero… ¡¡EL NO TRATO DE TIRARSE A LA SOBRINA DEL GOBERNADOR!!

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