jueves, 1 de marzo de 2012

Pan y circo de moda

-“...Interrumpimos la transmisión de su programa ‘Así es la vida con Lucrecia’ para presentar a ustedes una comunicación directa con nuestro corresponsal, que se encuentra en el enésimo juzgado adscrito al Reclusorio Oriente, cubriendo la presentación ante la autoridad de Facundo Riquelme, editor y director del diario “Avenida”, a quien el juez de distrito dictó orden de aprensión por el delito de trata de personas, en su modalidad de publicación de anuncios impresos que promueven la prostitución...”

La aparición en pantalla a esa hora de Carlos Llorente, el conocido presentador del noticiero nocturno, provocó enseguida las quejas del animado grupo que en la destartalada sala de palitos de “el Chido”, en la gloriosa Neza-York, compartía una garrafa del dudoso fermentado que producía don Chon, el de la tiendita de la esquina, que nomás de verlos llegar les fió dos litros para que no le robaran la venta del día.

El reportero empezó diciendo que, según el último informe, un grupo de la perjudicial federal al mando del comandante García había acudido a ejecutar la orden a las oficinas del diario, donde se presumía que se encontraba oculto el presunto indiciado, quien había asegurado unas horas antes que se presentaría al día siguiente, por su propio pie y debidamente amparado, a declarar ante el ministerio público por los delitos que se le imputaban.

Mientras tanto, las protestas de los reunidos subían de tono, expresando serias dudas sobre la familia y honorabilidad del reportero, el locutor, la empresa televisiva, y hasta del Chido, cuando otro pelafustán a quien apodaban “el Pelos” le apuntó con su mugroso dedo, gritándole amenazante mientras los demás le festejaban ruidosamente la gracia:

-¡Órale, piiiii... Chido!  ¡Nos invitas a ver a la mamazota de la ‘Lucre’, y dejas que este piiii... salga con sus piiii... noticias!  Que al cabo que a mi me piiiiii piiiii piiiii...

-¿Ya oyeron? -interrumpió el Chido, más para quitarse las mentadas que por otra cosa-  ¡Ese güey, quesque tiene tugurios donde padrotea a un piiii... de chavitas!

Eso fue suficiente para que la plática del grupo se desviara nuevamente hacia la pantalla, dejándose escuchar comentarios cada vez más ocurrentes sobre esa información noticiosa.

Cuando terminó el corte, se reanudó la transmisión donde la conductora importada, en medio de las porras del público hábilmente dirigidas por animadores profesionales, ventilaba el asunto de una gorda que a llanto pelón acusaba a su marido de ponerle los cuernos con la vecina, mientras éste se defendía diciendo que eran puros celos de la vieja, hasta que acabaron agarrándose a manotazos en red nacional. 

Cuando el libelo se acabó, siguieron con otros edificantes programas como “Balconeando a los famosos” y esa nueva telenovela “A calzón quitado”, que trata de las penurias de una muchachona y su amigo gay; para terminar con el folletín nocturno “Cámara roja”, todo salpicado con ingeniosos dichos y alegres risotadas.  Todos los asistentes se divirtieron de lo lindo.  Todos menos el Pelos, al que no le gustó nada el cortón que le dieron.

Ya entrada la noche, un coro de sirenas se oyó por toda la colonia.  Abriéndose paso a empujones por entre la masa de curiosos, dos arbitrarios individuos trataban de acercarse al lugar donde los paramédicos daban los primeros auxilios al Chido, que yacía navajeado en medio de un charco de sangre y lodo.  En el momento justo en que un socorrista iba a insertar la aguja del suero en una esquiva vena, fue deslumbrado por la cegadora luz de un potente faro, mientras una chillona voz gritaba:

-Aquí desde las calles de Ciudad Nezahualcóyotl, estamos reportando en vivo para su programa “Cámara Roja”...

domingo, 26 de febrero de 2012

Renuncia Inducida

-¿Qué fue lo que sucedió, Licenciado... García?-, preguntó Carlos Llorente, el educado y bien vestido presentador del afamado noticiario nocturno, dirigiendo una coqueta sonrisa a la cámara que le enfocaba.
El funcionario respondió con cautela, bizqueando detrás de los gruesos cristales de sus anticuados anteojos:
-Pues verá usted: cuando los manifestantes iban por la Avenida Central, más o menos a la altura del Parque del Libertador, un grupo de vándalos que venía mezclado entre las gentes del sindicato comenzó a agredir a las fuerzas del orden, que por instrucciones del Secretario se habían apostado a ambos lados de la rúa, obviamente con la finalidad de proteger a la gran cantidad de comercios que rodean el lugar de los desmanes que nunca faltan en este tipo de eventos...
-Sí, si.  –interrumpió con un ligero tono de hastío el afamado conductor.  –Eso ya lo sabemos.  Lo que nos interesa es lo que sucedió después, cuando alguien dio la orden de “repeler la agresión”.
García respondió un tanto dubitativo:
-Lo que pasó fue que, al verse bajo una lluvia de piedras, botellas y otros objetos, los uniformados se vieron obligados a cargar contra los manifestantes, logrando la detención de varios de los más furiosos atacantes…
-Según dicen varios testigos-, interrumpió de nuevo el conductor- los manifestantes iban desarmados y sólo se habían limitado a gritar consignas, y quizá hasta algunas mentadas, pero no habían lanzado objetos a los policías.
-No es así, Don Carlos.  Tenemos grabaciones de video donde se ve claramente que gente ajena que iba mezclada entre los maestros empezó a lanzar lo que tenía a la mano.
-El hecho es que los servicios de salud reportaron a varias personas golpeadas, entre ellos una maestra y un compañero camarógrafo que cubría el evento.  Todos ellos tenían huellas de golpes con macanas y otros objetos contundentes.  ¿Qué puede decir al respecto?
-Pues sí, desafortunadamente no había otra forma de controlar el asunto más que con el uso de la fuerza.  Pero no todos estaban lesionados por macanas, señor.  Por ejemplo su camarógrafo, que fue descalabrado de una pedrada.
Una irónica sonrisa apareció en el rostro del periodista cuando dijo:
-Él asegura que fue golpeado por un oficial que pretendía evitar que filmara la cobarde agresión de los granaderos.  De hecho, entiendo que se levantará una denuncia formal ante la autoridad competente.
-Yo le recomendaría que no lo hiciera, señor.  Precisamente fue su cámara la que filmó al individuo que le arrojó la piedra que lo lastimó. 
Repentinamente serio, Llorente respondió:
-Acabamos de pasar todo el material que tenemos, y cualquiera puede constatar que no aparece ninguna escena como la que usted refiere.
-Es cierto, en las tomas que sacaron ahorita no está incluida esa. Pero ustedes mismos lo pasaron al aire en el noticiario de la tarde.
-¿Acaso me está usted diciendo mentiroso, licenciado?
-De ninguna manera, Don Carlos.  Solamente estoy mencionando un hecho.  En mi oficina dispongo de una grabación de ese noticiario, y nuestros peritos están evaluándola.
-Como quiera que sea, aquí tenemos un caso flagrante de brutalidad policiaca, atacando a un grupo de ciudadanos indefensos que ejercían su derecho a manifestarse.  Y la opinión pública está exigiendo que se tomen medidas para castigar a los responsables.  ¿Qué me puede decir al respecto?
-Que se está haciendo una minuciosa investigación de los hechos.  Los detenidos están declarando ante la autoridad competente, y ésta tendrá que determinar las sanciones correspondientes.
El tono de disgusto del periodista fue evidente cuando dijo:
-Yo me refiero a las sanciones que se deben aplicar a quienes ordenaron el ataque.  Todos sabemos que la autoridad va a tratar de fabricar culpables para evadir su responsabilidad en este turbio asunto.
Rebuscando entre sus cosas, el funcionario sacó un estuche de CD, y se lo alargó a Llorente diciendo:
-Precisamente para deslindar la responsabilidad oficial, el Comandante de los granaderos ordenó que se filmara todo el evento.  Si es usted tan amable de pasar este material al aire, usted y su auditorio podrán constatar que la fuerza pública hizo su trabajo sin excederse en el uso de la fuerza.  La policía solamente trató de salvaguardar la integridad y los derechos de los ciudadanos ajenos al conflicto, como es su obligación.
-Nosotros tenemos material suficiente para formarnos un juicio al respecto-, respondió Llorente sin recibir el compacto.
-Entonces, con todo respeto le pido que lo muestren en su totalidad, sin cortes ni ediciones, para que el público pueda valorar los hechos.
-Primero me llamó mentiroso, y ahora me acusa de manipular la opinión pública.  ¿Acaso pretende encubrir a los responsables?
-Claro que no, Don Carlos.  Yo estoy tan interesado como usted en que se aclare este asunto.
-Por cierto, usted tiene una responsabilidad como Sub-Procurador al permitir que un mando inferior tome decisiones de esa magnitud, ¿no lo cree?
-Definitivamente no, don Carlos.  Esos mandos no dependen de mí, y además esas decisiones se toman a otro nivel de gobierno.
-O sea, que usted niega cualquier responsabilidad.
-Por supuesto.  Como que yo no di la orden.
-¡Pero permitió que se diera!-, aseguró Llorente en tono triunfal.  Y apresurándose para atajar cualquier intento de réplica del funcionario, continuó: -Ahí tienen, estimado auditorio, otro ejemplo de la irresponsabilidad de este Gobierno.  Vamos a un corte comercial...

El estruendoso anuncio de otro inútil medicamento para controlar quién sabe cuántas enfermedades, fue opacado por los apasionados comentarios del Director Administrativo de la Procuraduría y del Comandante de los GOE’s.  Ambos festejaban la valiente actitud de su colega, que no se dejó amilanar por el tortuoso entrevistador, quien por todos los medios trató de hacer quedar mal a la dependencia.  En eso sonó el teléfono del Procurador, que con gesto adusto les pidió silencio antes de tomar la llamada.
-¿Bueno?  Si... si, Martita.  Pásemelo.   ¿Diga?  Si, señor. Soy yo...  Si, sí lo vimos.  ...Claro...  Ya veo...  Si, Señor.  Así lo haremos.  ...Adiós.
Ante la cara de pocos amigos de su jefe, el Director preguntó:
-¿Qué pasó, Licenciado?
-¡Lo que me temía!-, estalló el Procurador.  -Ese idiota de García.  ¡Le dije claramente que les diera por su lado, no que enfrentara al tal Llorente!  Y ahora ya se ganó su premio...  ¡Va a tener que renunciar!

sábado, 28 de enero de 2012

Visita de Inspección

El sudoroso y grasiento visitante le alargó una desgastada credencial mientras se presentaba apresuradamente:
-Soy inspector de la Delegación del Trabajo y Previsión Social, doctora.  Le traigo un oficio para practicar una diligencia de inspección en su consultorio.
Intimidada por la pinta oficial del tipo, la guapa dentista lo hizo pasar a una simpática salita con mullidos sillones y una mesa central llena de manoseadas revistas médicas, y alguna que otra de espectáculos.
-Siéntese un momento por favor, señor inspector.  Déjeme terminar con el paciente que estoy atendiendo-, y dirigiéndose a su asistente le dijo: -Martita, por favor ofrécele un café al señor.
Mientras abría la puerta del consultorio, la doctora Eva Millán no pudo evitar una punzada de preocupación al ver que el desagradable individuo se desplomaba en un sillón.  Llevaba ya tres años atendiendo en el moderno consultorio que, gracias a sus modestos ahorros y un usurario préstamo bancario, había acondicionado en lo que antes era un descuidado jardincito en el frente de la casa de sus papás.  Asentada en una colonia de gente acomodada, rápidamente se aclientó entre los vecinos, al principio por su rostro angelical y su escultural figura, pero después por su trato amable y su habilidad para ejercer la profesión con el mínimo de sufrimiento de sus pacientes.
Pero el último mes le había resultado fatal: primero le llegó el recibo de la luz con un cobro altísimo, a costa de su reclasificación como “comercio en zona residencial” según le informó una despótica empleada en las oficinas de la Comisión.  Luego, recibió una notificación de la Administración de Rentas, en la que se le imponía un pago adicional a su licencia de funcionamiento con el pretexto del “cambio de uso de suelo”.  Después vino la malencarada licenciada del Seguro Social, empeñada en afirmar que se venía arrastrando un adeudo con la institución por el finiquito de la obra civil del consultorio, y que con las multas, recargos y demás adornos, redondeaba un monto superior al valor del chevy nuevecito que por fin había podido comprar.  Y ahora este tipo que venía de… ¿adónde diablos dijo?
El brinco que pegó su paciente en el sillón de los tormentos, seguido del borbotón de sangre en el sitio donde su fresa impactó la encía, le recordaron que ese no era el mejor momento para sus cavilaciones, así que hizo un esfuerzo para apartar de su mente tan tristes pensamientos y concentrarse en su trabajo.
Cuando por fin la caverna que lucía la cariada muela quedó debidamente obturada y resanada, y después de darle las últimas recomendaciones de higiene bucal, despachó a su paciente con una amistosa sonrisa y se dispuso a enfrentarse al nuevo problema.
-Dígame en qué puedo servirle, señor…
-Serafín, doctora.  Ingeniero Jesús Serafín, a sus órdenes-, precisó el aludido levantándose pesadamente y alargándole a Eva un papel con sello oficial, que por su impecable aspecto parecía haber sido impreso en el cyber-café de la esquina.  –Como le decía antes, vengo a practicar una inspección sobre condiciones de trabajo en su consultorio.
-Pero yo no tengo trabajadores, Ingeniero.
Disculpe, doctora.  Pero aquí cualquiera puede ver que Martita es su secretaria.
-¡Oh!  Ella no es mi secretaria, señor.  Es una pasante que está haciendo sus prácticas profesionales
-Pero usted le paga un sueldo.
-No ingeniero, nada más le doy una ayuda para sus pasajes.
-Eso puede interpretarse como un sueldo.  ¿Cuánto tiempo está ella en el consultorio?
-Lo que le permiten sus clases.  Tiene que cumplir un mínimo de horas que le exige la Universidad.
-Ella dice que trabaja aquí más o menos de las doce a las siete.
-A veces, pero no siempre, cuando no hay pacientes se va.
-Lo siento, doctora.  Pero esto tiene todas las características de una relación de trabajo.  Por lo tanto, es procedente efectuar la inspección.  ¿Por casualidad tendrá usted los recibos del dinero que le paga?
-No.  Nunca he creído necesario hacerlos.
-¿Contrato de trabajo?  ¿Alta en el IMSS e Infonavit?  ¿Comprobantes de pago de aguinaldo, prima vacacional y reparto de utilidades?
-No, ingeniero-, respondió Eva levantando la voz. -Ya le dije que Martita no es empleada sino practicante.
-Pero no se enoje, doctora.  Yo sólo estoy haciendo mi trabajo-, dijo el tipo en tono conciliador, e insistió: -¿Reglamento interior, actas de comisiones mixtas?  ¿Nada?
-No-, respondió ella tratando de tragarse el coraje.
-Bueno, ni modo.  Empecemos entonces con el recorrido de las instalaciones.
Muy a su pesar, Eva tuvo que acompañar a Serafín oyendo cada vez más asombrada los absurdos comentarios del inspector:
-…Tiene un compresor y un esterilizador, infringe norma 020 de recipientes a presión y 004 protección de maquinaria… el estante de químicos está desordenado y no tiene bitácoras, normas 005 de manejo de químicos peligrosos y 006 de almacenamiento…  ¿éste es el aparato de rayos X? norma 012… tiene fresadora de aire y agua, normas 011 por el ruido y 024 por las vibraciones, mas la 026 de fluidos en tuberías… norma 025 por la luz tan intensa de esta lámpara… tiene botiquín, extinguidor, letreros de seguridad y cubrebocas, puntos buenos para usted… oiga, ¿qué hace con el material usado?
-Lo tiro-, respondió Eva a punto del colapso.
-Malo, infringe norma 010 y 013 de contaminantes y residuos peligrosos… el baño no tiene casilleros ni regadera, ¿de casualidad tiene la bitácora de uso de los sanitarios por el personal?
-¡¿Qué?!-, gritó ella escandalizada.
-No, parece que no.  Lo lamento doctora, pero encuentro que su consultorio no cumple con la normatividad, y le van a aplicar una sanción muy severa, quizá hasta la clausura definitiva del local.
Atemorizada por las amenazantes palabras de Serafín, la dentista preguntó:
-¿Qué se puede hacer para arreglarlo?
-Mmm... no sé-, respondió el inspector.  -Quizá si cumpliera con la norma 990...
-¿La norma 990?  ¿Cuál es esa?
-Es la norma no oficial NOM-990-STPS-2012, que dice que los representantes de la empresa visitada tienen que pagar los viáticos del inspector de la Secretaría.  ¿Qué le parece si vamos a comer a ese nuevo restaurante que abrieron en la avenida?

domingo, 27 de noviembre de 2011

Lucha Social

Los inconformes se estaban reuniendo en la explanada dedicada al Gran Héroe, en los límites de la zona centro de la capital.  En su mayoría, llegaban en enormes camionetas de lujo con vidrios polarizados, que al pararse desordenadamente junto a la acera provocaron en un santiamén un severo congestionamiento vehicular en ese caluroso día de verano.  Improvisadas mantas con inflamadas frases pintarrajeadas entre horrores ortográficos empezaron a surgir por encima de las cabezas de los manifestantes, mientras que los penetrantes murmullos fueron dando paso a estridentes consignas dirigidas por un apasionado orador a través de un altoparlante y coreadas por la multitud.
De repente, otra camionetona llegó patinando hasta el mismo borde de la acera, despostillando un poco más los ya dañados adoquines que la recubrían.  Se abrieron bruscamente las puertas y descendieron a toda carrera un tipo elegante y acicalado con un objeto cilíndrico en la mano, y otro desaliñado que llevaba un gran bulto en el hombro, dirigiéndose ambos de inmediato hacia el grupo más compacto de manifestantes.  A su paso se escucharon voces de alarma, y no faltó quien gritara que llevaban explosivos, pero ellos se encargaron de desmentirlos con energía:
-¡Abran paso, señores!  Somos de la Prensa.
Llegaron jadeando al centro de la plaza, y empezaron a buscar a alguien.
-¡Mira!-, dijo el camarógrafo: -Ese de ahí debe ser el tal Güicho.
En la dirección señalada aparecía un tipo bajo y fuerte que daba indicaciones a los que estaban a su alrededor, tratando de organizar ese caos monumental.  El reportero se encaminó hacia allá de inmediato.
-¡Oiga!-, llamó cuando estuvo junto a él.  -¿Es usted Luis Cisneros?
Mirándolo con desconfianza, el bato preguntó con brusquedad:
-¿Quién lo busca?
-Soy Carlos Llorente ¿Acaso no me reconoce?-, dijo el periodista, enseñándole el enorme micrófono que llevaba en la mano, mientras el camarógrafo preparaba su equipo.  -Seguramente me habrá usted visto en la tele.  Vengo a hacerle una entrevista para el noticiario nocturno.
-¿Listos?-, dijo el camarógrafo sin más, poniéndolos en foco.  -Cinco... cuatro... tres... dos... uno...
Con perfecta coordinación, producto de largos años dedicados al periodismo, el locutor dirigió una sugerente mirada a la cámara y habló:
-Buenas tardes, estimado teleauditorio.  Me encuentro en la explanada del Libertador, justo al pie del monumento que lo honra, para cubrir los acontecimientos relacionados a este importante movimiento social; y justamente estamos aquí con el principal promotor y presunto líder de este movimiento, que amablemente ha accedido a charlar con nosotros con la comprensible condición de salvaguardar su identidad.
Dirigiéndose al Güicho, que a toda prisa se cubría la cara con un pasamontañas, le preguntó:
-Buenas tardes, licenciado.  Dígame usted, ¿por qué se están reuniendo aquí todas estas personas?
-Buenas tardes, Don Carlos.  Estamos aquí porque queremos luchar por nuestros derechos laborales.  Estamos cansados de la prepotencia y abuso con que somos tratados por nuestros patrones.  Exigimos un trato digno y peleamos por un tabulador salarial justo, además de la obtención de las más elementales prestaciones, como son aguinaldo, vacaciones pagadas y reparto de utilidades, Seguro Social e Infonavit, como sucede con todos nuestros compatriotas trabajadores.
-No puedo negar que sus demandas suenan muy justas-, dijo el entrevistador con cara de comprensión.  -Por cierto, se dice que usted anteriormente pertenecía al sindicato de la desaparecida Compañía de Luz.  ¿Es cierto eso?
-Si, señor.  Soy aún parte de ese heroico grupo de trabajadores a los que el gobierno inhumano y opresor ha privado de su derecho elemental a tener un trabajo digno.  Como Usted sabe...
-Sí, sí-, interrumpió Llorente con brusquedad.  -Nos damos perfecta cuenta de la situación de aquella gente.  Sin embargo, nuestro auditorio merece estar informado sobre sus movimientos.  Fíjese que los vecinos y comerciantes a lo largo de la ruta que van a seguir en la marcha que están por comenzar nos han manifestado en nuestra cuenta de Twitter su preocupación por los daños que puedan ustedes ocasionar en el camino.  ¿Qué nos dice al respecto?
El Güicho respondió con una estudiada expresión de horror:
-¡Uff!  Pues que no teman.  Nuestro pleito es contra el Gobierno y la Patronal, por lo que nosotros seremos respetuosos de la ciudadanía.  ¿Cómo cree que vamos a pintarrajear fachadas o a romper vidrios?  ¡Ni que fuéramos maestros!
-¿Y no temen una agresión de las fuerzas del orden?-, insistió el entrevistador.
-¡Claro que no!  Nuestros colegas son concientes de que en cuestiones de lucha social todos estamos del mismo lado.  ¡Es más!  Hasta podrán ellos en el futuro aprovechar nuestras conquistas para demandar con más fuerza las suyas.
-¿Los cuerpos policíacos son sus colegas?
-Por supuesto.  Aparte del hecho de que nuestras actividades laborales son muy semejantes, hay cantidad de ellos que cobran también en las nóminas de nuestros patrones.
Señalando a la multitud que los rodeaba, para permitir que el camarógrafo abriera la toma y mostrara a los televidentes algunos aspectos del mitin, el reportero preguntó:
-Vemos en muchas de las mantas las siglas S.U.T.O.C., que supongo se refieren al nombre que pretenden para su organización.  ¿Puede decirnos qué significan?
-Es el Sindicato Único de Trabajadores de Organizaciones Criminales, Similares y Conexas de la República, en pie de lucha por los derechos de pistoleros, narcomenudistas y demás delincuentes...

domingo, 6 de noviembre de 2011

Cazador cazado

-Es una pena que tan linda señorita apenas si traiga unos cuantos pesos en la bolsa-, le dijo el Dandy a la asustada muchacha que había detenido en esa oscura y solitaria calle.  -Pero qué le vamos a hacer: la crisis está bien dura.  Así que, con mucha pena, me voy a tener que llevar su celular... 
La joven removió nerviosamente el contenido de su bolso, ante la paciente mirada del rufián.  Cuando al fin lo encontró y se lo entregó, el tipo exclamó:
-¡Oh!  Pero si es un touch-screen, con wi-fi y mp3 con 1 giga de memoria.  ¿Ya ve?  Nada más por éste valió la pena molestarla.  ¡Siempre quise uno así!
La chica asintió nerviosamente, y el Dandy le dijo:
-Ya puede irse, milady.  Váyase derechito a su casa, porque estas calles son muy peligrosas.  Y por favor no me vaya a bloquear el teléfono.  Me daría mucha pena tener que venir de nuevo a buscarla para pedirle la clave…
La joven asintió exageradamente y se fue caminando con rapidez, mientras que el caco se rascaba la cabeza, lamentándose del escaso beneficio obtenido.
El Dandy era lo que pudiera decirse un ratero ejemplar.  De estatura mediana y delgado de cuerpo, siempre trabajaba enfundado en unos jeans de marca, con una camisa a juego limpia y bien planchada, y con unos tenis negros ligeros con suspensión de aire, que eran uno de sus grandes orgullos.  Tenía el cabello lacio y rebelde, por lo que acostumbraba usarlo cortado a cepillo; pero siempre llevaba su moreno rostro perfectamente afeitado, y con un ligero olor a su lavanda favorita; utilizaba únicamente unos finos lentes ahumados para disimular su identidad, porque en su opinión los oscuros eran para gente corriente, lo que definitivamente no iba con él.  Abordaba a sus víctimas con cortesía, sin necesidad de gritos, insultos ni golpes; los amagaba con su reluciente revólver calibre .22, y se limitaba a despojarlos sólo de aquellas pertenencias que pudiera aprovechar con facilidad, regresándoles por ejemplo sus identificaciones y las tarjetas de crédito,  que siempre le habían dado mala espina.
Salía de su casa al caer la tarde, y abordaba un taxi para dirigirse a alguna de las colonias de clase media de la ciudad.  Nunca iba a una colonia de ricos, porque la gente llegaba a sus casas en coche, y muchos cuicos y guaruras circulaban por las calles, dificultando su labor.  Una vez en el lugar, buscaba un parque o una calle tranquila, con poco tránsito de coches y peatones.  Estudiaba a conciencia las condiciones de iluminación, los recovecos y portales, y las vías de escape que se le ofrecían hasta que, conforme con el resultado, se apostaba para esperar a que pasara su futura víctima.
Pero esta noche no había tenido suerte.  Solamente había podido abordar a dos “clientes”, y había resultado que entre los dos no habían juntado ni cien pesos en efectivo, y eso incluyendo la morralla.  Se había tenido que conformar con una gruesa esclava, pero de plata sin chapar, que llevaba el galán que abordó primero, y con el celular de la gordita que se acababa de ir, que con seguridad estaba reportando en ese momento.
En eso doblaron la esquina otros transeúntes.  Cuando pasaron debajo del poste de alumbrado público, el Dandy vio que se trataba de dos muchachos que parecían estudiantes de la Federal que estaba ubicada en la colonia, a escasas cuadras del lugar.  No dejó de notar que uno de los chavos hablaba por su celular, mientras que el otro parecía estar jugando con un PSP.
Normalmente no se entretenía con jovencitos así, porque nunca traían nada que valiera la pena llevar, como no fueran sus celulares.  Pero ya tenía una buena cantidad de ellos, y resultaban difíciles de vender, sobre todo porque los dueños los bloqueaban tan pronto como los perdían, y su valor con los compradores bajaba bastante.
Pero un PSP era algo distinto.  Un aparatito bastante caro, indetectable y fácil de colocar por muy buenos pesos.
-Un golpe fácil-, se dijo a sí mismo el malandrín, ocultándose en el pequeño portal para esperar que sus jóvenes víctimas pasaran junto a él y sorprenderlos.
-...Ya dimos varias vueltas y no lo hallamos-, oyó que decía el chavo que hablaba por celular.  Era el momento de actuar.  Salió del portal con el pequeño revólver bien a la vista y se plantó frente a ellos.
-Buenas noches, jovencitos-, saludó sobresaltándolos a ambos.  Dirigiéndose al del PSP le dijo:
-¡Qué juguete tan interesante el tuyo, amigo!
-¡Ya apareció!-, dijo el muchacho del celular a su interlocutor.  -Luego te llamo.
Mientras tanto, el otro abrió su chamarra mostrando la enorme automática 9 milímetros que traía enfundada en el cinturón:
-No te equivoques, mi Dandy-, dijo amigablemente.  -¡Venimos de parte de Los Socios a cobrar tu cuota!

sábado, 29 de octubre de 2011

Flores para un Difunto

El delicioso aroma del café recién preparado se mezclaba con el sutil perfume de las diversas variedades de flores en el puesto recién pintado de un vivo color amarillo, a unos pasos de la puerta principal del Panteón Municipal.  La tenue claridad del amanecer apenas permitía distinguir la sonrisa de satisfacción de Don Chon al contemplar el fruto de sus esfuerzos por lograr un acomodo impactante de su mercancía, convencido de haber conseguido una presentación mucho más atractiva que los puestos vecinos, muy útil para atraer a los incautos que, fieles a la ancestral costumbre de rendir honores a sus queridos difuntos en ese día, no tardarían en acudir a montones, dispuestos a gastar lo que sea con tal de lucir en la sepultura un mejor y más bonito altar que sus vecinos.

Conforme va transcurriendo el día, la cajita que contiene el dinero producto de la venta se va llenando con billetes y monedas de todas las denominaciones sin que los clientes se pongan a regatear el precio, seguramente hechizados por la sabia disposición de los distintos arreglos, y la rápida desaparición de los montones de ajados pétalos rasurados oportunamente a las radiantes flores “en botón”.

Atendía a un distinguido caballero que mostraba interés por uno de los más vistosos arreglos, sin poner reparo en el “extra” que a última hora decidió cargar al precio, por aquello de que según el sapo es la pedrada, cuando se acercó al puesto una humilde anciana de ojos llorosos a pedir de caridad para la modesta tumba de su recién fallecido viejito un raído ramito de cempasúchil, que por su triste aspecto estaba destinado a la basura.  Molesto por la inoportuna intromisión de la anciana se acercó a ella y, discretamente para que no oyera el cliente, la despachó rápidamente negándole la caridad.

Volviendo al negocio, recibió del caballero la desorbitante suma que pidió, sin dejar de percibir la inusitada frialdad de sus delgados dedos en ese día de radiante sol.  Acompañó al dinero una nota que tenía el texto que debía llevar en cinta morada el arreglo, ordenándole con cavernosa voz que preparara todo para ser recogido más tarde.  Asombrado por la inusual petición, don Chon abrió la nota y leyó:

“En memoria de Asención Chaires V., fallecido el 2 de noviembre de 2011”

¡Pero si se trataba de él!  Sofocado por la impresión, volvió la vista hacia el caballero sin poder encontrarlo  por ningún lado.  ¡Había desaparecido!  Frenético de susto, con un frío sudor recorriéndole la espalda, corrió hacia la entrada del panteón, sin percatarse de que venía por la calle un muchacho con una losa de mármol en un diablito, chocando con él y cayendo irremediablemente bajo la pesada carga.

Aunque acongojada por la pena, la desconsolada viuda notó a través de sus lágrimas la presencia de un misterioso caballero de augusta presencia, que colocó un conocido arreglo al pie del ataúd de su infortunado marido.  Conocido, porque ella misma lo había preparado la noche anterior.  Pero lo que llamó su atención, fue que el texto de la cinta morada que ostentaba... ¡llevaba la inconfundible caligrafía de su marido!

domingo, 23 de octubre de 2011

Amargo Despertar

Domingo.  Después de pasar una semana de todos los diablos, con una sobrecarga de trabajo “urgente” que me hace sentir como esclavo; luego de un relajante sábado en el que, con ayuda de mi compadre favorito, hice todo lo humanamente posible para amanecer con una cruda de pronóstico; y por si fuera poco, con el inconveniente de que precisamente hoy entró en vigor el tan cacareado y controvertido cambio de horario, robándome una hora de sueño que podré recuperar hasta no sé cuándo; después de todo esto, tuve que haber cometido el error fatal a la hora de acostarme: no apagué el despertador.
Y éste, fiel a su odiosa costumbre, tuvo que sonar justamente a las seis y diez, horario de “ayer”, haciéndome merecedor de unos poco amables recordatorios por parte de mi mujer, que aunque no compartía mi portentosa cruz, sí tuvo que aguantar una pesada sesión de terapia espirituosa salpicada de ingeniosos comentarios y estridentes carcajadas, o sea toda una sarta de burradas por parte de los dos beodos compadres, sentada a dos nachas junto con mi sufrida comadrita justo a tiro de hipercalórica botana, y además sin vino porque le tocó ser la conductora resignada…
Total, que después de cuatro o cinco manotazos, por fin conseguí tirar el despertador del buró, que después de dar dos ágiles piruetas tipo Paola en los Panamericanos, y tres soberbios golpes como los de Rey Misterio, fue a dar con su chillona cantaleta hasta debajo de la cama.
Un coro de protestas de los niños se sumó a las cada vez más intensas recriminaciones de la vieja, haciéndome más difícil el penoso trance de despertar lo suficiente como para ir a buscar el maldito reloj, que con su burlón tintineo parecía decirme que las “chinaderas”, por aquello de que es Hecho en China, no son tan malas como siempre he creído.
Todos tenemos la idea de que un colchón tamaño King Size es una delicia para dormir, porque permite el máximo de espacio y el mínimo de pleito, sobre todo cuando marido y mujer son de sueño inquieto y mucho peso, haciendo honor a la fama de gordos de los mexicanos.  Pero pocas veces nos ponemos a pensar que también tiene sus desventajas: tras varios intentos fallidos de agacharme, complicados por una náusea post-alcohólica que amenazaba con hacer violenta erupción, por fin pude asomarme a mirar, sólo para comprobar que el despertador, con una precisión casi matemática, había quedado justo a la mitad de la cama, bastante más allá del alcance de mi brazo, y sin tener nada a mano que fuera lo suficientemente largo para alcanzarlo.
La presión de las multitudes hace presa fácil de los nervios a los grandes deportistas, tanto como a encumbrados políticos y hasta a los famosos de la farándula, que son todo un espectáculo con sus regadotas ante cámaras y micrófonos, y ahora también en el “Face” y otras redes sociales.  Y si a todos ellos que están acostumbrados a actuar en público les sucede, no es de extrañar que gracias a los reproches familiares haya agotado rápidamente, entre un cúmulo de maldiciones, mi provisión de misiles tipo Nike y Flexi sin poder atinar un rozoncito siquiera al insistente reloj, que aunque empezaba a dar señales de agotamiento, todavía retumbaba burlón en las tinieblas dibujando una débil pero malévola sonrisa con sus manecillas fosforescentes.
Toda buena historia, ya sea novela o película, para tener una esperanza de éxito, necesita cuando menos la presencia en su trama de un villano.  Pero no uno cualquiera: mientras más odioso y trampero resulte, más llama la atención del espectador, poniendo al autor más cerca del Oscar –o del Nobel.  Pero también necesita de un héroe, osado y carismático, que resuelva las fechorías del villano.  Y en este caso, tampoco podía faltar: mi hija la más pequeña, manifestando abiertamente su disgusto por mi espantoso lenguaje y peor puntería, se zambulló ágilmente a las cavernosas profundidades para, con gran presteza, recobrar al villano reloj y, de paso, la colección de calzado que lo rodeaba, dando además una muy necesaria trapeada al piso bajo la cama, otro inconveniente de tan grande colchón, ganándose una estruendosa ovación familiar a pesar de la espesa capa de polvo que cubría sus alborotados rizos y su camisón de florecitas cuando salió de ahí.
Finalmente, como una feliz familia, se inició con gran algarabía la procesión hacia el menudo de Doña Lupita, para subsanar el súbito despertar de todos con un abundante desayuno...  Bueno, todos menos yo, que en castigo a mis villanías tuve que quedarme a lavar el camisón de la pequeña.

Pd.  Resulta que el gozo de fue al pozo: a Doña Lupita también la sorprendió el cambio de horario, y el menudo estaba cerrado.