domingo, 31 de julio de 2011

Culpable!

Las aves revolotearon inquietas cuando el estruendo del freno de motor del pesado camión estremeció ese rincón de la selva.  La pronunciada curva de la angosta y maltratada carretera trajo al chofer inmediatos recuerdos de aquel espantoso accidente ocurrido casi dos años antes, donde perdió la vida su querido hermano, el más chico, por la monumental imprudencia de su intoxicado amigo que, irónicamente, sólo sufrió leves rasguños.
Desde pequeño, ese muchacho había mostrado una inteligencia despierta y un buen talante, lo que lo había convertido en el favorito de su familia.  A través de los años, demostró que tenía capacidad de sobra para los estudios, logrando siempre calificaciones sobresalientes que alimentaron la esperanza de verlo convertido, con el paso del tiempo, en un excelente profesionista.
Pero un buen día, sin razón aparente, comenzó a flaquear; su nivel de aprovechamiento escolar bajó notoriamente, tanto por una incomprensible incapacidad de concentración como por las frecuentes faltas de asistencia a las que no podía dar justificación.  Fue su irritante mal humor, combinado con su torpeza para expresarse y su total abstraimiento, lo que llevó a su madre a rebuscar entre sus cosas, hasta que apareció un sospechoso envoltorio de periódico, oculto en lo más profundo de un cajón.
No bastaron súplicas, lágrimas ni gritos para persuadirlo de alejarse del vicio.  El disimulado disgusto con que recibía las reprimendas de su familia se convirtió pronto en furiosas imprecaciones, llegando al colmo el día en que osó levantarle la mano a sus padres.
Fue por entonces cuando, al salir con un amigo totalmente intoxicados de una fiesta, fueron requeridos por una patrulla de la municipal, iniciándose una desenfrenada persecución que culminó en el fondo de un precipicio.
¿Cómo fue posible que el maldito fantasma de las drogas se apoderara de él?  ¿Quién, y en qué momento, le había llevado a probarlas, arruinando así una vida tan prometedora?
Las meditaciones del chofer cesaron cuando, al dar otra curva, creyó distinguir en la distancia el tenue resplandor de una linterna, que de inmediato se dirigió a él para indicarle que parara.  Un leve estremecimiento recorrió sus brazos mientras aplicaba los frenos y se enfilaba al acotamiento del camino, al notar la presencia de un piquete de soldados fuertemente armados en ese apartado y poco transitado rincón de la abrupta sierra. 
Después de revisar suspicazmente su documentación, y haciendo caso omiso de sus desarticuladas protestas, el sargento a cargo ordenó secamente a sus subordinados revisar minuciosamente el camión.  No pasó mucho tiempo cuando al fin apareció: empacados entre los mangos de exportación iban disimulados varios tabiques de hierba.  Luego de comprobarlo en persona, el oficial se dirigió al chofer con feroz sonrisa:
-¡Te ganaste tu boleto al bote, envenenador!

domingo, 24 de julio de 2011

Ecos de una Asamblea

La deslumbrante luz de un enfebrecido sol que daba justamente a su ventana, prometiendo otro día de intenso calor, no le impedía a Juanito Pahua disfrutar del insólito espectáculo de ver la plaza del pueblo completamente atestada de entusiastas compañeros provenientes de todas las poblaciones y rancherías de los alrededores.

Fue hace cosa de dos años que su compadre el Rulas le dio el empujón definitivo para que resultara nombrado Delegado Seccional del Sindicato en esa zona, y desde entonces había hecho una concienzuda labor de convencimiento entre toda esa bola de apáticos compañeros, muchos de ellos provenientes de la Capital, que estaban harto desanimados por haberles sido asignada una plaza en tan remoto lugar, habría que ver, a 35 larguísimos kilómetros distancia, en su mayoría por una espantosa supercarretera de cuatro carriles, mientras que otros colegas, sin duda agraciados por los dioses gremiales, disfrutaban de perennes vacaciones, contando eso si con la emisión puntualita de sus cheques en remuneración por una o más plazas fictas, sin otra obligación que presentarse de vez en cuando a las consabidas marchas.

El haber logrado tan importante asistencia era una demostración de que estaba realmente listo para volver a escalar posiciones en el organigrama sindical.  No era en balde que la semana anterior le hubieran ofrecido un puesto en la planilla que todos sabían iba a ser la buena.  Cierto que no era un puesto demasiado importante, pero significaba que le estaban reconociendo su trabajo, y si tomamos en cuenta que se embolsaría muy buenos pesos en viáticos, y quizá hasta otra plaza, pues claro que valía la pena.

Animado por ese panorama tan alentador, bajó rápidamente la estrecha y sombría escalera, cruzando apresuradamente el mostrador de la tiendita que le había puesto a su mujer en la planta baja, y salió a la calle con su estudiada sonrisa, esperando que los vítores de “su” gente no se harían esperar nomás reconocerle.

Pero lo que vio en el exterior lo hizo detenerse como fulminado, mientras una mueca de disgusto comenzó a ensombrecer su rostro: un pequeño grupo de futuros manifestantes, animados por unas frías bautizadas con mezcal que de seguro les había vendido su vieja, se divertían pintando con spray negro un obsceno letrero dirigido al titular de la Secretaría, justamente en la pared que, después de tantos ruegos, la cervecería al fin había accedido a pintar apenas tres días atrás.  Iba a increparlos severamente cuando escuchó la cascada voz de uno de los representantes que le llamaba:

-Don Juanito, ya está listo su coche.  ¿Qué le parece cómo quedó?

Su camioneta, su preciosa, adorada y nuevecita camioneta, ostentaba en ambos costados unas espantosas leyendas alusivas al mitin de hoy.  Casi se le para el corazón cuando vio a un tipo brocha en mano aparecer por detrás del vehículo con una lata de esmalte, pero otra voz exclamó de inmediato:

-No se espante, jefe.  Es pintura vinílica, y se quita con una buena lavada.  Por cierto, los dos guajoloteros que contratamos ya están retacados de raza, y todavía hay varios compañeros que no tienen en qué irse.  Usted se los puede llevar no?

Y como si hubiera sido el balazo de salida de una competencia deportiva, varios sombrerudos corrieron para tomar por asalto el vehículo, con la esperanza de agarrar lugar para el viaje.  Cuando el tumulto se calmó, y los desafortunados que quedaron abajo empezaron a correr para subirse al techo de los suburbanos, aparecieron varios rayones de estupenda manufactura en la caja de la camioneta, que por cierto con el peso llegaba a cubrir buena parte de la llanta.

Asombrado y furioso, pero conciente de que cualquier protesta era completamente inútil, Juan tuvo que aceptar de mala gana a sus acompañantes, y emprendió la marcha a la Ciudad consolándose con la idea de que, con su nuevo nombramiento, iba a recibir dinero como para arreglar esta camioneta, y hasta comprarse otras dos.

El viaje le resultó muy penoso.  Primero porque, a cinco minutos de haber partido, un retén de cholos tuvo el descaro de pararlos dizque para revisión de drogas o armas, teniendo que darle una mochada al sargento para que agilizara la revisión.  Luego, a escasos kilómetros de su destino, la camioneta tosió fuertemente y eructó una espesa nube de humo, negándose a continuar el viaje.  Botados en el camino, los manifestantes no tuvieron más remedio que bloquear la carretera para abordar por la fuerza el primer autobús que en mala hora acertó a pasar por el lugar.  Eso sí, consiguieron que los llevara hasta el lugar de la Gran Marcha, pero para cuando llegaron ya el grueso del contingente había iniciado el éxodo lacia el local donde se llevaría a cabo la Asamblea, por lo que su grupo fue el que tuvo que soportar lo más duro de la indignación de los ciudadanos que se vieron perjudicados por el evento.

Pero el colmo fue cuando, después de arduo navegar entre el mar de asistentes, y con la obligación de llegar a la mesa principal para inscribir su nombre en la planilla electoral, al llegar a la puerta del local Juan fue violentamente detenido por unos belicosos guardias que tenían la consigna de evitar el paso a los de la oposición.  Entonces inició una frenética búsqueda de su identificación sindical, que lo acreditaba como líder distrital por el grupo de “los buenos”, llegando a revisar hasta dos veces cada uno de sus bolsillos ante el creciente descontento de los guaruras, que terminaron por quitarlo a empujones y patadas de la entrada cuando, con lívido semblante, recordó que sus credenciales se habían quedado en la guantera de su malograda camioneta.

La Asamblea del poderoso Sindicato fue todo un éxito.  Culminó con la democrática reelección del anciano Secretario que, con un joven y renovado equipo de trabajo, juró valientemente defender desde su curul en el Honorable Congreso los intereses de sus agremiados, ante las francas agresiones por parte de los funcionarios de la Secretaría, comprometiéndose a continuar la lucha sindical para conducirla a nuevas conquistas laborales.

jueves, 21 de julio de 2011

Nuevas Ideas

Es pasada la una de la tarde.  El sol cae a plomo y la única brisa es el humo de diesel del guajolotero de junto, cuyo chofer dedicó una “mentada de motor” a la doña del Mercedes que se le acaba de atravesar en una suicida maniobra de dos metros, y que además ni se da por enterada, porque lleva los vidrios cerrados y el aire a tope.
Acaba de terminar la de moda de la “Jenny”, y el animado locutor de “La Gruperísima” amenaza con una eternidad de comerciales, después de dar un informe desolador: “El termómetro indica que tenemos treinta y siete grados de temperatura a la sombra”.
El relojito del tablero avanza inexorablemente en su loca carrera sin fin; no así el tráfico, que lleva ya cuatro “sigas” sin avanzar ni un metro.  La vuelta anterior, poco más de una hora antes, la combi alcanzó a pasar  cuando apenas llegaba el contingente de maestros al Palacio de Gobierno, en su enésima marcha con todo y plantón, ahora más frecuentes ante la cercanía de las elecciones, y que mucho ayuda a reafirmar nuestra posición como uno de los países con menor calidad educativa del planeta.
Un transeúnte casual pensaría que el adusto gesto del chofer de la combi se debe a la difícil situación del tráfico; pero un análisis mas atento del asunto seguramente revelaría que la temperatura tan alta ocasiona en las personas una abundante sudoración, que a su vez provoca mal olor corporal a pesar de la eficacia que los anuncios televisivos achacan a los super desodorantes fabricados por las trasnacionales de siempre.  Si a esto sumamos el hecho de que en el vehículo van nada menos que dieciocho pasajeros, cabe fácilmente pensar en aquello como una auténtica lata de sardinas, tanto por apretados como por apestosos.
Efectivamente es el olor, y no el tráfico, lo que nubla el semblante de Fidelio López, inexplicablemente “Don Fede” para los amigos, en este mediodía infernal.  Pero, por si usted no lo sabía, le diré que los vehículos de transporte público están tan bien equipados que rivalizan con los autos importados de gran lujo, a pesar de que se vean, suenen y huelan como una auténtica cafetera, indigna hasta para el yonke.  Es por eso que Don Fede solamente tuvo que pulsar el apagador de pared instalado con generosas vueltas de cinta de aislar abajo del volante, y de inmediato comenzó a soplar el mini ventilador situado junto a la pantalla del DVD portátil.
Una vez que la suave brisa del aparato consiguió disipar el tufo, el semblante de Don Fede volvió a iluminarse.  Sus pensamientos estaban muy lejos del conflicto que vivía el centro de la ciudad.  No se cansaba de saborear la noticia que había recibido el día anterior, cuando por fin la revolución le había hecho justicia después de dieciocho largos y penosos años.
Comenzó como posturero en una de las peores rutas de la ciudad, trabajando en el carro de un viejo gruñón que sólo lo dejaba subirse cuando estaba tomada la Universidad o durante las vacaciones escolares, además de los domingos.  Pero eso sí, le cobraba la cuota completa.  Y además lo obligaba a asistir en su lugar a las juntas de la Unión, so pena de bajarlo definitivamente.
Fue en una de esas juntas, unos seis años atrás, donde conoció a Urbano Matías, ahora su compadre Tano tras los 15 años de su hija, la más chica.  Poco antes de aquella junta, el Tano acababa de conseguir su segunda concesión, y para celebrarlo invitó a unos cuantos al “tubo”.  Sin saber ni cómo, Don Fede terminó invitándole los privados al Tano, lo que le ocasionó varios días a dieta estricta de tortillas con chile; pero al final fue una buena inversión, porque éste lo ayudó a conseguir un turno regular en la naranja.
Después de otra reelección en la Unión, y como premio a la labor que realizó en el proceso, Tano fue nombrado representante de la Naranja, y a su vez empezó a encargarle varias chambitas a Don Fede: hablar con éste, estorbar a aquél, una calentadita por allá, cosas por el estilo.  En suma, labor típica de persuasión y proselitismo al viejo estilo.
La diligencia de Don Fede en sus funciones extracurriculares acabó por convertirlo en la mano derecha de su flamante compadre, que se pavoneaba satisfecho de comprobar que los de arriba se fijaban cada vez más en él.  Tanto así, que el Tano fue de los primeros en enterarse de las posibilidades de su jefazo, el eterno líder de la Unión, para contender por la anterior nominación, enfureciéndose con él cuando se enteró quién era el otro contendiente, y sufriendo con él cuando el partido se decidió por un tercero "para no alborotar más el gallinero", aunque siempre sospecharon que este último se puso más guapo.
Apenas tres meses atrás, el Tano confió a Don Fede las aspiraciones del Jefe para contender en las próximas elecciones federales, y le encargó especialmente ciertos trabajitos que, por su delicada naturaleza, sólo podían confiarse a personas muy selectas.  Don Fede vio entonces la oportunidad para insistir otra vez con su compadre sobre lo que se había convertido en su mayor obsesión: hacerse con su propia concesión.
El compadre Tano prometió solemnemente que Don Fede sería tomado en cuenta en la siguiente lista de asignaciones si cumplía adecuadamente con los encargos, y éste se dedicó a ellos con esmero ejemplar, sintiendo un orgullo de propietario cuando contempló por primera vez las magníficas calcomanías que anunciaban al flamante candidato por ese distrito electoral, a pesar de los insultantes letreros que el otro bando improvisó en sus carros.
Se enteró por el periódico que la Unión iba a recibir un nuevo paquete de concesiones, y pasó unos días angustiosos esperando la llamada del compadre, que finalmente recibió el día anterior, citándolo en las oficinas de la Unión al terminar su turno.
Unos fuertes silbatazos hacen volver a Don Fede de su ensueño, y se da cuenta que los carros están avanzando gracias a la presencia de varios tamarindos, que aparecieron de algún misterioso lugar para organizar el gigantesco embotellamiento.

Al caer la tarde Don Fede, recién bañadito y con sus mejores garras, llegó ante el escritorio de Martita, la recepcionista en las oficinas de la Unión, y se volvió a asombrar de su parecido con la “Número Uno” de la película de Monsters Inc. que recién había regalado a sus nietos.  Mientras esperaba pacientemente a que la empleada terminara su llamada telefónica, vio en el escritorio parte de la lista de asignaciones, abajo de varias carpetas.  Reconoció en ella, entre otros, el nombre del sobrino recién casado del Jefe (lo habían invitado como mesero a la boda), del hijo menor del tesorero de la Unión, y el de su comadrita, la esposa de Tano.
Al colgar el teléfono, y con su mal modo habitual, Martita le informó que “el Licenciado Matías se encuentra en una reunión con el Candidato, y dejó recado que no se le molestara.  Pero le dejó esto...”, entregándole un panfleto del Candidato que, como el Partido, ofrece "Nuevos Rostros para Volver con Nuevas Ideas".  Al darle vuelta, encontró una nota garabateada apresuradamente:
“Compadre: fíjese que al Candidato le salieron unos compromisos de último minuto, y tuvo que usar su concesión.  Pero me prometió que lo va a anotar para la próxima”.

viernes, 15 de julio de 2011

Juego Sucio

El delgado y nervioso gestor torció la boca en un gesto que quiso ser una sonrisa de satisfacción, mientras firmaba la solicitud.  No pasarían más de dos horas para que pudiera tener en sus manos la enorme gratificación que el misterioso individuo de traje claro y fingido acento extranjero le prometiera por ese trámite tan poco importante.
Cuando al fin tuvo en sus manos la copia de aquel ansiosamente esperado documento, comprendió que nada más tenía que marcar el número telefónico anotado en el papel que celosamente guardaba en el bolsillo de su camisa, y obtendría el dinero que le ayudaría a pagar las rentas vencidas del sucio cuartucho de vecindad en el que vivía con su esposa y tres... bueno, ya casi cuatro alborotadores chiquillos.
Le probaría a la vieja que los recelos que le provocó su cliente, manifestados en forma procaz casi al alcance del oído de aquél, no eran otra cosa que fantasías propias de mujeres histéricas, prueba más que evidente de la notoria incapacidad que tienen ellas para los negocios.
Como siempre sucede en estas historias, pero admirable por la dificultad que todos tenemos para conseguir uno en la vida real cuando se nos acaba el crédito del celular, había un teléfono público limpio y funcionando en un robusto pilar de la atestada oficina gubernamental, encontrando el gestor en su bolsillo las monedas necesarias para la crucial llamada.
Al tercer timbrazo contestó una suave voz femenina, que quedó sorprendida con la curiosa contestación en clave que, según las instrucciones recibidas, repitió con nerviosa voz el tinterillo, cortando inmediatamente la comunicación ante la sospecha de estar siendo vigilada por rateros.
Mudo por la sorpresa, decidió volver a llamar.  Y esta vez, después de un agudo zumbido como los que anuncian teléfonos suspendidos, contestó una voz parca y grave, que después de oír la contraseña dio precisas instrucciones para la entrega del documento y el pago del emolumento acordado, y sin esperar respuesta colgó.
El domicilio no estaba lejos.  Pero pensando en su próxima gratificación decidió que bien podía ahorrar a sus cansadas piernas una fatiga innecesaria, por lo que abordó un taxi.  Fue entonces cuando el nombre de un candidato, favorito en la próxima elección, saltó a su vista desde el documento, picando su curiosidad.  Inició una rápida lectura de algunos párrafos, hasta que se percató que trataba sobre un movimiento de propiedad muy poco usual.
Satisfecho con esa información, y pensando que hacía un servicio al Partido de sus preferencias, alzó la vista en el momento que el chofer le indicaba que habían llegado al domicilio solicitado.  No pudo evitar una exclamación de sorpresa.  El pórtico del edificio lucía el logotipo de otro Partido.
Haciendo acopio de fuerzas, logró sobreponerse a la impresión y, con fingido aplomo, entró en el edificio para entregar el documento siguiendo las instrucciones recibidas, sin que le pasara por alto la cómica expresión de absoluta ignorancia del destinatario.  De nuevo en la calle, abordó la colectiva que lo llevaría al lugar donde recibiría su paga, en una colonia que afortunadamente quedaba bastante cerca de su casa.
La noche caía rápidamente.  Había recorrido cantidad de calles sin poder encontrar la que le habían indicado.  Al fin, en un sucio estanquillo con escasa mercancía, una encorvada anciana masculló confusas instrucciones que le llevarían a la esquiva calle.  Cuando dio vuelta a la última esquina oyó que lo llamaban por su nombre.  Se volvió con sorpresa para encontrarse de frente con la inconfundible figura de un perjudicial individuo, cuya amistosa sonrisa contrastaba con la negra boca de su cuerno de chivo.
Al día siguiente, apareció una nota en el periódico local:

BALEADO POR SICARIOS ...el hoy occiso, identificado como José Córdova Martínez, de 48 maños de edad, tenía relación con los narcomenudistas de la zona...

lunes, 11 de julio de 2011

De cuentas mochas y otras cosas…

-¡No sea así, mi jefe!  Vamos a arreglarnos aquí-, decía el asustado conductor caminando por un costado de su destartalado y sucio carromato.  Masticaba nerviosamente un chicle y le hablaba de ladito al mal encarado oficial de Tránsito, tratando de disimular su etílico aliento.  –Si me lleva a barandilla me van a guardar con toda la raza de gañanes que hay ahí ‘dentro.  Además, con lo careros que se ponen, no me van a alcanzar tres rayas pa’ pagar la multa, y eso si la vieja halla quién le preste una feria…
Sigue entonces un pesado silencio, en la que el mareado chofer siente que se le hacen yoyo los… tacos de la cena, mientras que el astuto policía, torciendo la boca y entrecerrando el ojo, trata de medir el tamaño del sapo, para aventar la pedrada.
“Mi vieja le partió la m… a la licuadora, a los chavos les faltan zapatos, y todavía no junto el entre del jefe”, pensaba haciendo más largo el sufrir del ciudadano, que ya pensaba dar hasta las… no, mejor el reloj, con tal de zafarse de la bronca.
-No, mi amigo-, dice al fin el taimado cuico, apretándolo otro poquito.  –Eso de andar tan volado, pasándote los altos, y todavía como andas de cuete, te va a salir como lumbre; y no creo que traigas tanta lana.
-¡Qué pasó, oficial!  Si nada más venía como a setenta, y por aquí ni hay semáforos.
-¡Si, cómo no!  Y vienes de la iglesia, ¿verdad? y el aliento es por el vino de la comunión.  ¡Vamos, pensé que eras más original!  Pero bueno, como me caíste bien, móchate con cien varos y que quede entre nosotros.
Se le cayó el alma al infractor cuando, al abrir lentamente su raída cartera, asomó como único ocupante el ilustre Benemérito en sus familiares tonos de azul.
-Es todo lo que traigo, mi jefe-, consiguió decir con un hilito de voz, pensando ya en cómo se vería el cielo desde atrás de los barrotes.
Otra vez silencio.  Se le notaba el disgusto al tamarindo, pero entendió que no había de otra, viendo la cantidad de clientes… perdón, de cargueros y otros infractores que circulaban por la amplia avenida que hacía valer su zona.  Y el jefe, que bien que lo sabe, le tiene una cuota alta que cumplir, para no ir a parar al crucero.  Consignar a este inútil le haría perder tiempo, y no acabalaría ni el entre.  Pero caray, quince años de servicio, cinco ya en esta antigua pero reluciente moto, y todo para veinte mugrosos pesos de este tipo.  Ni modo.
-¡Échalos, pues!  ¡Pero, ay de ti si te vuelvo a agarrar, porque entonces si duermes en el bote!
Sintió volver a la vida nuestro amigo al sacar triunfalmente el pequeño billete y ponerlo ostentosamente en la discreta mano abierta del enojado agente, mientras se felicitaba a sí mismo por su astucia y su labia para librarla del bote, hay que decir que con razón porque venía volado y con unas chelas encima.  Regresaba a su cáscara cuando vio la calcomanía que orgullosamente puso el domingo anterior en frente de sus hijos “para enseñarles a ser buenos ciudadanos”.
--¡Toma!-, exclamó enseñándole el dedo medio al letrero que decía:
DI NO A LA CORRUPCION

Presentación

Dios creò al hombre, y le dotó con el espìritu divino de la razón.

Y así nació la Idea.  Con ella, el hombre emergió para dejar definitivamente atrás su animalidad, delineando su camino en la nebulosa de los tiempos, y dando un nuevo sentido al fenómeno de la vida.

Y de la Idea nació la Palabra, que con fuerza indecible plasmó lo más bello que aquella tenía para dejar huella indeleble de su evolución hacia la civilización plena.

Y la Palabra que da forma a Ideales incorpóreos, es la que motiva todas las nobles Acciones tendientes a realizarlos.