sábado, 29 de octubre de 2011

Flores para un Difunto

El delicioso aroma del café recién preparado se mezclaba con el sutil perfume de las diversas variedades de flores en el puesto recién pintado de un vivo color amarillo, a unos pasos de la puerta principal del Panteón Municipal.  La tenue claridad del amanecer apenas permitía distinguir la sonrisa de satisfacción de Don Chon al contemplar el fruto de sus esfuerzos por lograr un acomodo impactante de su mercancía, convencido de haber conseguido una presentación mucho más atractiva que los puestos vecinos, muy útil para atraer a los incautos que, fieles a la ancestral costumbre de rendir honores a sus queridos difuntos en ese día, no tardarían en acudir a montones, dispuestos a gastar lo que sea con tal de lucir en la sepultura un mejor y más bonito altar que sus vecinos.

Conforme va transcurriendo el día, la cajita que contiene el dinero producto de la venta se va llenando con billetes y monedas de todas las denominaciones sin que los clientes se pongan a regatear el precio, seguramente hechizados por la sabia disposición de los distintos arreglos, y la rápida desaparición de los montones de ajados pétalos rasurados oportunamente a las radiantes flores “en botón”.

Atendía a un distinguido caballero que mostraba interés por uno de los más vistosos arreglos, sin poner reparo en el “extra” que a última hora decidió cargar al precio, por aquello de que según el sapo es la pedrada, cuando se acercó al puesto una humilde anciana de ojos llorosos a pedir de caridad para la modesta tumba de su recién fallecido viejito un raído ramito de cempasúchil, que por su triste aspecto estaba destinado a la basura.  Molesto por la inoportuna intromisión de la anciana se acercó a ella y, discretamente para que no oyera el cliente, la despachó rápidamente negándole la caridad.

Volviendo al negocio, recibió del caballero la desorbitante suma que pidió, sin dejar de percibir la inusitada frialdad de sus delgados dedos en ese día de radiante sol.  Acompañó al dinero una nota que tenía el texto que debía llevar en cinta morada el arreglo, ordenándole con cavernosa voz que preparara todo para ser recogido más tarde.  Asombrado por la inusual petición, don Chon abrió la nota y leyó:

“En memoria de Asención Chaires V., fallecido el 2 de noviembre de 2011”

¡Pero si se trataba de él!  Sofocado por la impresión, volvió la vista hacia el caballero sin poder encontrarlo  por ningún lado.  ¡Había desaparecido!  Frenético de susto, con un frío sudor recorriéndole la espalda, corrió hacia la entrada del panteón, sin percatarse de que venía por la calle un muchacho con una losa de mármol en un diablito, chocando con él y cayendo irremediablemente bajo la pesada carga.

Aunque acongojada por la pena, la desconsolada viuda notó a través de sus lágrimas la presencia de un misterioso caballero de augusta presencia, que colocó un conocido arreglo al pie del ataúd de su infortunado marido.  Conocido, porque ella misma lo había preparado la noche anterior.  Pero lo que llamó su atención, fue que el texto de la cinta morada que ostentaba... ¡llevaba la inconfundible caligrafía de su marido!

1 comentario:

  1. ya pasado el momento, el fuerte rechinido de las llantas y el inconfundible olor a hule quemado volvieron a la realidad a la pobre viuda que atonita veia como habia desaparecido el monton de billetes y monedas de las que algunas quedaron tiradas, la triste realidad, habia sido presa de algunnos sicarios que pasaron por su cuota . . .

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