domingo, 18 de septiembre de 2011

Voto Involuntario

-Oiga, ¡usted da kilos rasurados!-, se quejó la clienta al ver la pesada que le estaban haciendo.
-Cómo cree, marchantita-, le respondió el Nato echando ya la verdura en una bolsa de plástico.  -Le juro por la virgencita que esta báscula está checadita por la autoridá.  Hasta tiene su calca, mire: acá’bajito.
-Pues el Pelón de allá a la vuelta siempre me da ocho cebollas por un kilo, y ahí nomás hay siete.
-Es que éstas son más grandes, señito.  Por eso salen menos.  Yo siempre traigo verdura de la mejorcita, no como la de aquél que ya está medio olisqueada...
La clienta no quedaba muy convencida, así que añadió:
-Pero pa´ que vea que yo jalo, ahí le va otra cebollita de pilón, ¿cómo ve?
-Más le vale, porque si no voy a ir a quejarme con el delegado-, amenazó la señora arrebatándole la bolsa y echándole las monedas entre los chayotes, como para que se picara los dedos con las espinas al recogerlas.
-Se puso brava la doña, ¿verdá?-, comentó Doña Lichita, que tenía su tendido de juguetitos de plástico junto al puesto de verduras de Natalio Piñón, alias el Nato, que contestó muy compungido:
-¡Sí, pues!  Ya todas las marchantas son rete fijadas.  Y así no sale ni pa’l chivo.
-Con lo cara que está la vida.  Y los chamacos a punto de entrar a la escuela...
-¡Ni lo diga, Lichita!  Ayer mi vieja me enseñó la lista de útiles.  ¡Está tan larga que da la vuelta a la esquina!
-Los uniformes, los libros, la cuota “voluntaria”, y la de Padres de Familia.  ¿A dónde vamos a parar?
-¡Ya va a llegar el día!  De mi se acuerda cuando mandemos a toda esa bola de ratas a la fregada.  ¡Empezando con ese cabezón del Chefo!
De repente, Doña Licha se enderezó y dijo en voz baja:
-¡Aguas!  ¡Ya nos cayó la plaga!
-¿Cuál plaga?-, preguntó inocentemente el Nato, en el momento en que un par de siniestras sombras apagaban el brillo de los montoncitos de jitomates.
Espantado, el Nato volteó para encontrarse con las conocidas figuras del Mudo, un silencioso gigantón de 1.90 m. cuadrados, con cara de pocos amigos y un aura de violencia a flor de piel, y el Sota, un tipo bajito y barrigón, que cuando “dialogaba” con los asociados dejaba ver las incrustaciones doradas de sus dientes.  Era una pareja dispareja que hacía las muy necesarias funciones de persuasión y recolección de cuotas para la Unión de Comerciantes “Benito Juárez”, a la que pertenecían todos los oferentes de ese mercado ambulante, y varios más de los que recorrían a diario la ciudad.
-¿Y ora, qué los trae por aquí?-, preguntó el Nato con sorna.  -Si hoy no es día de pago.
-Nomás venimos a avisarles que la cuota va a subir desde ya de 700 a 1000 por semana, por órdenes del Diputado.
-¿Cuál Diputado?-, preguntó Nato rascándose la cabeza.
-Pues don Josefino García, el líder de nuestra Unión.
-¿El Chefo, diputado?  ¿Y ya nos va a dar otro ramalazo?  ¡No se vale!  ¿300 varos de un jalón?  Nos va a dejar en la calle...
-Si quiere le decimos al Diputado que usted no está de acuerdo y no va a pagar... -, dijo el sotaco entrecerrando los ojos.
Nada más escuchar al guarura, al Nato se le bajó lo bravucón como por encanto.
-No es para tanto, mi Sota.  Dígale al jefe que de algún modo le haremos...
Demasiado bien sabía el Nato que al Chefo no le gustan los alborotadores.  Luego luego  manda a sus muchachitos a “platicar” con el inconforme, que termina como Santo Cristo: encuerado y bien madreado.
Una vez que los dos malandros se retiraron para seguir informando a los demás socios de las “nuevas disposiciones”, el Nato preguntó desolado:
-Oiga doña Lichita, ¿a poco el Chefo ya es Diputado?
-Si, Natito.  ¿No lo sabías?
-Pero es que ese tipo es un desgraciado.  Ni su madre votaría por él.  ¿Quién lo eligió?
-Pues gente como tú.
-¿Como yo? ¡Ni que estuviera loco!
Acercándose un poco para poder hablarle más bajito, doña Licha le preguntó:
-¿Te acuerdas de la chaparrita ésa que vino de candidata, poco antes de la elección?
-Si, claro.  Aquella muchacha tan simpática que trajo el Chefo.  Yo hasta voté por ella.
-Pues ella no quedó, porque se la ganó el hijo del líder de los comaleros.  Pero tu voto no se desaprovechó: puso al Chefo de diputado.
-¿Cómo que puso al Chefo?
-Pues si: ¡Resulta que entró como PLURINOMINAL!

domingo, 11 de septiembre de 2011

Soluciones Modernas

La flamante camioneta de reciente modelo se acercó lentamente al enorme portón de color claro, convenientemente cobijado del tenue alumbrado de la elegante calle residencial por la sombra de los frondosos árboles, que con tanto esmero cuidaba el jardinero de la finca.

Unos cuantos días atrás, en una animada fiesta a la que fue invitado, el Gato se enteró que su flamante novia acompañaría a su familia a unas magníficas vacaciones por el Caribe mexicano, poniéndole en bandeja la oportunidad de llevar a cabo otro de esos rentables “trabajitos” que hacía con su cuate el Chente, que era toda una fichita en la exclusiva Universidad a la que ambos asistían.

Encantado con la idea, el galán dedicó aquella vez toda su atención a la muchacha hasta que ésta, vencida por los vapores del alcohol y otros humos que circularon ese día, cayó en un profundo sopor que apenas pudo superar con varias tasas de café y una discreta aspirada.  No fue sino hasta la puerta de su casa que ella se percató de haber olvidado su bolso en la fiesta, detalle que le hizo pasar una vergüenza con su atento amigo cuando, después de tocar el timbre, tuvo que soportar el airado reclamo de su padre por la hora de llegar.

Tras esperar pacientemente por largos minutos, dos figuras de oscuro ropaje descendieron de la camioneta, moviéndose con discreción al abrigo de las sombras.  La “olvidada” llave calzó fácilmente en la cerradura, abriendo la puerta en silencio.  Los jóvenes cruzaron el amplio y bien trabajado jardín con la seguridad de que la propiedad estaba completamente sola.  Una vez adentro de la casa, todo fue muy sencillo: gracias a sus visitas previas, el Gato sabía bien dónde buscar, y en poco tiempo habían reunido todo lo que se iban a llevar.  Lamentablemente, no fueron capaces de notar el alambrito que había junto a la bisagra de la caja fuerte del estudio, y a eso se debió que su sorpresa fuera mayúscula cuando, al doblar la calle ya a bordo de la camioneta, se dieran de narices contra tres unidades de la policía, que de inmediato les cortaron toda posibilidad de escape.

Cegados por la potente luz de las linternas, y en medio de una intensa andanada de golpes e insultos, ambos malandrines fueron violentamente introducidos en el asiento posterior de una patrulla.  De nada valieron las protestas del Gato, que insistía en asegurar a los azules que era el ahijado favorito del secretario particular del Subdirector de Averiguaciones, que los iba a cesar en cuanto se enterara de semejante atropello.

La tormenta pareció calmarse cuando, pasando bruscamente “a la báscula” al Chente, los polis encontraron entre sus ropas un documento de aspecto formal, llevándolo de inmediato al que parecía ser el jefe; éste lo comenzó a leer, primero con rapidez y luego muy, muy despacio, como si estuviera inseguro de entender el alcance y significado del escrito.

Al terminar la lectura, y ante la atónita mirada del Gato, el oficial abrió de mala gana la puerta de la patrulla y franqueó el paso al Chente, quien se dispuso a abandonarla arrebatando el papel de la mano del patrullero con una mueca de desdén, mientras decía a su cómplice:

-¡Modernízate, amigo!  Ahora las influencias se consiguen por escrito.

Con las sarcásticas palabras taladrándole aún los oídos, y bajo una nueva lluvia de golpes que ahora llevaban además un dejo de frustración, desfiló en la mente del Gato el texto que alcanzó a leer en el maldito documento:

“Amparo que otorga el Juez Segundo de Distrito al Sr. Vicente López, ante los actos de cualquier autoridad que lo sorprenda in fraganti en alguna actividad delictiva...”

martes, 6 de septiembre de 2011

Delito Electoral

Otra vez había empezado a llover.  Las gotas golpeaban con fuerza sobre el techo de asbesto que con tanto esfuerzo compraron con el aguinaldo de Chencho, teniendo que aguantar las protestas de sus hijos porque los reyes apenas si alcanzaron a traerles dos pares de calcetines, rellenos con unas pocas mentitas que la Lupe pudo sacar de la cocina económica donde trabajaba echando tortillas. 
Un rato antes, cuando venía de la fábrica en la combi, Chencho vio desde el puente del canal que el nivel de la corriente había subido peligrosamente, amenazando con desbordar en cualquier momento; o lo que era peor, tumbar el murete de contención hecho a base de costales de arena que con tanto esfuerzo habían colocado entre todos los vecinos el domingo anterior, provocando otra inundación.
Nomás entrando a su casa, llamó a la Lupe y de inmediato empezaron, con la ayuda de los niños, a subir sus cosas a las cubetas y los tabicones que tenían preparados, para evitar que el agua arruinara sus pocos muebles y demás pertenencias. 
A diferencia del año anterior, en que la inundación se llevó la mayoría de sus cosas porque el suelo de tierra se reblandeció y no pudo soportar la fuerza de la crecida, ahora contaban con un piso firme de concreto gracias a la ayuda que recibieron después de la tragedia.
Por supuesto que ellos hubieran preferido que el gobierno reforzara como Dios manda el bordo, pero el funcionario que vino les dijo en la junta de vecinos que no había lana para una obra así.  Por suerte, llegó un tipo todo sonrisas rodeado de una docena de mal encarados guaruras, con un camión de la Dirección de Obras lleno de costales de cemento y pacas de láminas de cartón, diciendo que los iba a ayudar para que votaran por él en las elecciones para el Congreso local, que se celebraron unos meses después, ya pasadas las lluvias.
Un lejano estruendo cimbró la tierra, y una gota de agua cayó del techo en el guacal que servía de buró a Chencho; los esposos, que veían la televisión tumbados en su desvencijada cama, se miraron con la angustia reflejada en el rostro.  El bordo había cedido.  La tragedia había comenzado.

Con los pantalones arremangados y sus botas de hule llenas de lodo, Chencho repasaba los daños de su humilde vivienda, mientras la Lupe sollozaba quedamente.  Tras el embate inicial de una oleada de agua de más de medio metro de altura, que se produjo al ceder un tramo de unos quince metros de costalera en el bordo, a dos cuadras de distancia, quedó una pestilente laguna de aguas negras de más de un palmo de altura, que se elevó durante la noche hasta que les llegó casi a las rodillas.  Cuando construyó, Chencho había tenido la precaución de elevar su piso varios centímetros por arriba del nivel del suelo, tomando en cuenta las inundaciones anteriores.  Pero en esta ocasión el agua había alcanzado una altura record, lo que añadido a la cantidad de despojos que arrastró en la primera embestida, explicaba la rotura de una de las paredes de su casa.  Aún con todo, habían tenido mucha suerte: salvaron la mayoría de sus cosas y la casa podía repararse para seguir viviendo ahí.
Pero no todos habían tenido tanta suerte.  Una buena parte de viviendas de la colonia, hechas de madera y cartón, se habían venido abajo dejando damnificadas a muchas familias, que abarrotaron la primaria federal, donde se montó un albergue temporal.
Como cada año, con la tragedia llegaron rápidamente las patrullas escupiendo polis que se dedicaron más a “resguardar” cosas de valor que a ayudar a la gente; después vinieron las cámaras de televisión para filmar a algunas vecinas que lloraban su desgracia, y luego empezó el desfile de funcionarios, que se tomaban la foto con cara de abatimiento y prometían millonarias ayudas que todos sabían que nunca llegarían. 
Otros tres días después, un gran río se desbordó al otro lado del país, por lo que la tragedia de la colonia dejó de ser noticia y todos se fueron para allá, dejando de nuevo a los vecinos solos con su pena.
Pero he ahí que, cuando todos se habían ido, aquel sonriente candidato del año anterior regresó con sus amenazantes guaruras al área verde de la colonia, colgó unas mantas y subió a un estrado improvisado, para arengar a la gente:
-Otra vez la desgracia cayó sobre ustedes, mis queridos paisanos.  Ya el año pasado estuve aquí para ayudarlos, y lo hice a pesar de que después ustedes me dieron la espalda. Hoy regreso de nuevo con más ayuda para ustedes, y sólo les pido que  apoyen mi candidatura a la Presidencia Municipal en las próximas elecciones.
Dicho esto, el mismo camión de Obras Públicas de la vez anterior apareció por la avenida, tocando con un potente equipo de sonido alegres canciones de moda, que convirtieron el mitin en una auténtica romería.  Al poco rato, la gente se aglomeraba en torno de las dos mesas de control. Los requisitos eran mínimos: sólo tenían que entregar su credencial del IFE a cambio de la ayuda, para verificar que eran vecinos de la colonia.  Las credenciales les serían devueltas unas semanas después, cuando constataran que la ayuda había sido empleada en la reconstrucción de la colonia.

Ese sábado Chencho se encontró con varios amigos por fuera de la tiendita de doña Rosita.  Entre ellos estaba su compadre Tano, que era representante de la Ruta Naranja ante la Asociación de Transportistas, y que estaba de visita en la colonia.  Entre chela y chela, el Tano escuchaba con el ceño fruncido la historia de la entrega de la ayuda por el truculento candidato del Partido enemigo del suyo.  Cuando ya no pudo más, explotó:
-¿Y les dieron sus credenciales?
-¡Claro que sí!-, dijo Chencho.  -Sólo así iban a soltar los materiales para la reconstrucción.
-¡Pero qué wey eres, compadre!  ¿Qué no sabes que eso es un delito electoral?
Encogiéndose de hombros, Chencho contestó:
-¿Y eso qué importa?  El año pasado te dimos a ti las credenciales para que ganara tu partido.  ¡Y los muy gachos no nos invitaron ni una pinche torta!