jueves, 6 de octubre de 2011

Fuga en Costal

La fiesta había sido todo un éxito.  Auténticos ríos de fino espirituoso, grandes cantidades de exquisitos manjares y dos excelentes grupos musicales, se combinaron para hacer la delicia de los más de seiscientos invitados a la exclusiva fiesta de fin de año del enorme corporativo.  Alegres risas e ingeniosas bromas entre los altos ejecutivos habían ayudado mucho a aflojar la tensión de los asistentes, especialmente entre los empleados de bajo nivel, que de entrada se habían sentido apocados ante la magnificencia del evento.
El Lic. Alcaraz, Director de Mercadotecnia de la compañía, hombre alegre y de agudo ingenio que atraía invariablemente la atención de todas las secretarias, pasó la velada acompañado de Fabiola, la guapa analista de mercados que hacía apenas dos meses había entrado a trabajar a la empresa, conquistando de inmediato los corazones varoniles con sus bien torneadas piernas, para luego romperlos con sus abruptos desdenes.  Quizá a consecuencia del finísimo champagne, o acaso hechizada por la seductora plática de su jefe, el caso es que la muchacha accedió a retirarse del evento con él, haciendo otro boquete en el ánimo de su legión de admiradores, incluyendo entre ellos al Director General, que sólo atinó a lanzar un profundo suspiro de pena.
Tras dejar a Fabiola en su casa, luego de haber dedicado las últimas horas a disfrutar de los placeres de Eros en un discreto pero encantador hotelito de las afueras de la ciudad, y saboreando aún los delicados efluvios de su escultural colaboradora, el licenciado subió a su lujoso carro último modelo y arrancó rumbo a su elegante departamento, dispuesto a rendirse a un sueño reparador.  Pero he aquí que, a pocas cuadras de llegar a su casa, un imprudente taxista a bordo de un destartalado Volkswagen se le atravesó abruptamente en una esquina, no pudiendo evitar darle un golpe en la salpicadera trasera.
Severamente disgustado por el percance, bajó del carro para evaluar los daños, descubriendo una fea abolladura en su defensa que había interesado el faro y parte del frente, mientras que el taxi no parecía tener otra cosa que un leve rasguño, pese a la embravecida alegata de su ocupante, quien trataba de aprovechar la situación para que le arreglara el golpe del cofre, a todas luces anterior.  Sacó entonces su moderno celular, y estaba marcando el número de los ajustadores cuando apareció de la nada una patrulla, con sirena abierta y toda la cosa, frenando aparatosamente al llegar junto a ellos y escupiendo a dos melodramáticos policías con las armas en la mano y cortando cartucho.
Al arrebatarle de la mano el costoso teléfono, quebrando de paso la delicada pantalla, un uniformado notó el aliento etílico del licenciado, y eso bastó para que a punta de empujones y manotazos lo subieran al asiento posterior del vehículo oficial, en medio de una copiosa lluvia de insultos.  En el transcurso del agitado interrogatorio que siguió, un brillo metálico proveniente de la muñeca derecha del detenido llamó la atención de los polizontes, provocando una feroz sonrisa entre ellos que no pasó desapercibida al atemorizado profesionista…
Las cinco de la madrugada.  Bajo la triste luz de un foco de 40 watts en el reducido cubículo ubicado a un lado de la cavernosa entrada a las galeras de Barandilla, el comandante estaba a punto de perder la paciencia.  Hacía casi hora y media que recibiera el penúltimo informe de la noche, lo que le animaba a pensar que podría salirse temprano; pero nada, el tiempo corría lentamente y esos últimos infelices no acababan de llegar.  Ya había contado y recontado el producto del día, separando la parte de arriba para entregarla como siempre a primera hora de la mañana junto con el reporte de turno; luego había hojeado hasta el aburrimiento el manoseado magazine de triple equis con impúdicas fotos de la artista de moda, que en un desplante de liberalidad mostraba a la cámara hasta sus más íntimos rincones, y en ese momento evocaba las anécdotas que encerraban las sucias paredes de su oficina, como esa oscura e indefinida mancha que originalmente había sido color rojo brillante, proveniente de la cabeza de aquella pirujilla que…
Tan edificantes cavilaciones fueron bruscamente interrumpidas por el crujido de la puerta al abrirse, apareciendo por fin los ausentes.  Su sola presencia bastó para encolerizarlo hasta el límite.
-¿Dónde demonios andaban?-, rugió con fuerza tal que hasta los pelos les temblaron a los azules.
-No se enoje, jefe-, contestó uno de ellos al tiempo que le alargaba una descolorida bolsa de papel con restos de grasa y olor a tacos de suadero.  -Es que tuvimos un problemita…  Pero a cambio, le traemos un buen cuerno.
-¿Cuál problemita?-, preguntó con suspicacia el comandante, evidentemente suavizado al ver una gruesa esclava de buen oro de 14 que había dentro de la bolsa.
-Fíjese que agarramos por a’i a un figurín que andaba bien pedo y le dio en la madre a un taxi.  Pa’ no hacerle largo el cuento, el güey se nos puso al brinco y le dimos una buena calentada.  Lo malo es que luego se nos peló…
-¡¿Cómo que se les peló?!  ¿Y qué hicieron, le dispararon?
-¡No, jefe, cómo cree!  Nomás lo encostalamos y lo botamos en una barranca…

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