martes, 6 de septiembre de 2011

Delito Electoral

Otra vez había empezado a llover.  Las gotas golpeaban con fuerza sobre el techo de asbesto que con tanto esfuerzo compraron con el aguinaldo de Chencho, teniendo que aguantar las protestas de sus hijos porque los reyes apenas si alcanzaron a traerles dos pares de calcetines, rellenos con unas pocas mentitas que la Lupe pudo sacar de la cocina económica donde trabajaba echando tortillas. 
Un rato antes, cuando venía de la fábrica en la combi, Chencho vio desde el puente del canal que el nivel de la corriente había subido peligrosamente, amenazando con desbordar en cualquier momento; o lo que era peor, tumbar el murete de contención hecho a base de costales de arena que con tanto esfuerzo habían colocado entre todos los vecinos el domingo anterior, provocando otra inundación.
Nomás entrando a su casa, llamó a la Lupe y de inmediato empezaron, con la ayuda de los niños, a subir sus cosas a las cubetas y los tabicones que tenían preparados, para evitar que el agua arruinara sus pocos muebles y demás pertenencias. 
A diferencia del año anterior, en que la inundación se llevó la mayoría de sus cosas porque el suelo de tierra se reblandeció y no pudo soportar la fuerza de la crecida, ahora contaban con un piso firme de concreto gracias a la ayuda que recibieron después de la tragedia.
Por supuesto que ellos hubieran preferido que el gobierno reforzara como Dios manda el bordo, pero el funcionario que vino les dijo en la junta de vecinos que no había lana para una obra así.  Por suerte, llegó un tipo todo sonrisas rodeado de una docena de mal encarados guaruras, con un camión de la Dirección de Obras lleno de costales de cemento y pacas de láminas de cartón, diciendo que los iba a ayudar para que votaran por él en las elecciones para el Congreso local, que se celebraron unos meses después, ya pasadas las lluvias.
Un lejano estruendo cimbró la tierra, y una gota de agua cayó del techo en el guacal que servía de buró a Chencho; los esposos, que veían la televisión tumbados en su desvencijada cama, se miraron con la angustia reflejada en el rostro.  El bordo había cedido.  La tragedia había comenzado.

Con los pantalones arremangados y sus botas de hule llenas de lodo, Chencho repasaba los daños de su humilde vivienda, mientras la Lupe sollozaba quedamente.  Tras el embate inicial de una oleada de agua de más de medio metro de altura, que se produjo al ceder un tramo de unos quince metros de costalera en el bordo, a dos cuadras de distancia, quedó una pestilente laguna de aguas negras de más de un palmo de altura, que se elevó durante la noche hasta que les llegó casi a las rodillas.  Cuando construyó, Chencho había tenido la precaución de elevar su piso varios centímetros por arriba del nivel del suelo, tomando en cuenta las inundaciones anteriores.  Pero en esta ocasión el agua había alcanzado una altura record, lo que añadido a la cantidad de despojos que arrastró en la primera embestida, explicaba la rotura de una de las paredes de su casa.  Aún con todo, habían tenido mucha suerte: salvaron la mayoría de sus cosas y la casa podía repararse para seguir viviendo ahí.
Pero no todos habían tenido tanta suerte.  Una buena parte de viviendas de la colonia, hechas de madera y cartón, se habían venido abajo dejando damnificadas a muchas familias, que abarrotaron la primaria federal, donde se montó un albergue temporal.
Como cada año, con la tragedia llegaron rápidamente las patrullas escupiendo polis que se dedicaron más a “resguardar” cosas de valor que a ayudar a la gente; después vinieron las cámaras de televisión para filmar a algunas vecinas que lloraban su desgracia, y luego empezó el desfile de funcionarios, que se tomaban la foto con cara de abatimiento y prometían millonarias ayudas que todos sabían que nunca llegarían. 
Otros tres días después, un gran río se desbordó al otro lado del país, por lo que la tragedia de la colonia dejó de ser noticia y todos se fueron para allá, dejando de nuevo a los vecinos solos con su pena.
Pero he ahí que, cuando todos se habían ido, aquel sonriente candidato del año anterior regresó con sus amenazantes guaruras al área verde de la colonia, colgó unas mantas y subió a un estrado improvisado, para arengar a la gente:
-Otra vez la desgracia cayó sobre ustedes, mis queridos paisanos.  Ya el año pasado estuve aquí para ayudarlos, y lo hice a pesar de que después ustedes me dieron la espalda. Hoy regreso de nuevo con más ayuda para ustedes, y sólo les pido que  apoyen mi candidatura a la Presidencia Municipal en las próximas elecciones.
Dicho esto, el mismo camión de Obras Públicas de la vez anterior apareció por la avenida, tocando con un potente equipo de sonido alegres canciones de moda, que convirtieron el mitin en una auténtica romería.  Al poco rato, la gente se aglomeraba en torno de las dos mesas de control. Los requisitos eran mínimos: sólo tenían que entregar su credencial del IFE a cambio de la ayuda, para verificar que eran vecinos de la colonia.  Las credenciales les serían devueltas unas semanas después, cuando constataran que la ayuda había sido empleada en la reconstrucción de la colonia.

Ese sábado Chencho se encontró con varios amigos por fuera de la tiendita de doña Rosita.  Entre ellos estaba su compadre Tano, que era representante de la Ruta Naranja ante la Asociación de Transportistas, y que estaba de visita en la colonia.  Entre chela y chela, el Tano escuchaba con el ceño fruncido la historia de la entrega de la ayuda por el truculento candidato del Partido enemigo del suyo.  Cuando ya no pudo más, explotó:
-¿Y les dieron sus credenciales?
-¡Claro que sí!-, dijo Chencho.  -Sólo así iban a soltar los materiales para la reconstrucción.
-¡Pero qué wey eres, compadre!  ¿Qué no sabes que eso es un delito electoral?
Encogiéndose de hombros, Chencho contestó:
-¿Y eso qué importa?  El año pasado te dimos a ti las credenciales para que ganara tu partido.  ¡Y los muy gachos no nos invitaron ni una pinche torta!

1 comentario:

  1. cuanta razón hay en todo esto, la ayuda a la gente (si así puede llamarse), solamente se les dá en época de elecciones a cambio claro de su voto forzado y los ignorantes caen redonditos, deberían demandarlos

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