lunes, 11 de julio de 2011

De cuentas mochas y otras cosas…

-¡No sea así, mi jefe!  Vamos a arreglarnos aquí-, decía el asustado conductor caminando por un costado de su destartalado y sucio carromato.  Masticaba nerviosamente un chicle y le hablaba de ladito al mal encarado oficial de Tránsito, tratando de disimular su etílico aliento.  –Si me lleva a barandilla me van a guardar con toda la raza de gañanes que hay ahí ‘dentro.  Además, con lo careros que se ponen, no me van a alcanzar tres rayas pa’ pagar la multa, y eso si la vieja halla quién le preste una feria…
Sigue entonces un pesado silencio, en la que el mareado chofer siente que se le hacen yoyo los… tacos de la cena, mientras que el astuto policía, torciendo la boca y entrecerrando el ojo, trata de medir el tamaño del sapo, para aventar la pedrada.
“Mi vieja le partió la m… a la licuadora, a los chavos les faltan zapatos, y todavía no junto el entre del jefe”, pensaba haciendo más largo el sufrir del ciudadano, que ya pensaba dar hasta las… no, mejor el reloj, con tal de zafarse de la bronca.
-No, mi amigo-, dice al fin el taimado cuico, apretándolo otro poquito.  –Eso de andar tan volado, pasándote los altos, y todavía como andas de cuete, te va a salir como lumbre; y no creo que traigas tanta lana.
-¡Qué pasó, oficial!  Si nada más venía como a setenta, y por aquí ni hay semáforos.
-¡Si, cómo no!  Y vienes de la iglesia, ¿verdad? y el aliento es por el vino de la comunión.  ¡Vamos, pensé que eras más original!  Pero bueno, como me caíste bien, móchate con cien varos y que quede entre nosotros.
Se le cayó el alma al infractor cuando, al abrir lentamente su raída cartera, asomó como único ocupante el ilustre Benemérito en sus familiares tonos de azul.
-Es todo lo que traigo, mi jefe-, consiguió decir con un hilito de voz, pensando ya en cómo se vería el cielo desde atrás de los barrotes.
Otra vez silencio.  Se le notaba el disgusto al tamarindo, pero entendió que no había de otra, viendo la cantidad de clientes… perdón, de cargueros y otros infractores que circulaban por la amplia avenida que hacía valer su zona.  Y el jefe, que bien que lo sabe, le tiene una cuota alta que cumplir, para no ir a parar al crucero.  Consignar a este inútil le haría perder tiempo, y no acabalaría ni el entre.  Pero caray, quince años de servicio, cinco ya en esta antigua pero reluciente moto, y todo para veinte mugrosos pesos de este tipo.  Ni modo.
-¡Échalos, pues!  ¡Pero, ay de ti si te vuelvo a agarrar, porque entonces si duermes en el bote!
Sintió volver a la vida nuestro amigo al sacar triunfalmente el pequeño billete y ponerlo ostentosamente en la discreta mano abierta del enojado agente, mientras se felicitaba a sí mismo por su astucia y su labia para librarla del bote, hay que decir que con razón porque venía volado y con unas chelas encima.  Regresaba a su cáscara cuando vio la calcomanía que orgullosamente puso el domingo anterior en frente de sus hijos “para enseñarles a ser buenos ciudadanos”.
--¡Toma!-, exclamó enseñándole el dedo medio al letrero que decía:
DI NO A LA CORRUPCION

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